Gabriel Pereyra

Gabriel Pereyra

Columnista

Nacional > ASESINADO EN LA CÁRCEL

Pelado Roldán: “Un día vi tantas cámaras que pensé que venía el presidente, pero eran para mí”

Estuvo 17 de sus 44 años preso en cárceles y, hasta ahora que fue decapitado en el Penal de Libertad, había sido un sobreviviente
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08 de noviembre de 2018 a las 15:16

“Le dieron un par de balazos. Lo apuñalaron tres o cuatro veces, por delante y por detrás. Se apuñaló a sí mismo y se cortó los brazos y las piernas decenas de veces. Se tajeó la carne con cuchillos, con gillettes, con fierros afilados, con chapas de pilas, con losa de water. Se tragó un alambre, se amputó un dedo de la mano, lo quemaron con agua caliente, le estalló una granada de gas frente al pecho. Le pisaron la cabeza una y otra vez. Lo apalearon hasta que le salió sangre por la boca, por los oídos, por el ano. ¿Cuántas veces? Incontables. Fumó, bebió, inhaló cemento, ingirió cantidades industriales de psicofármacos, consumió marihuana, aspiró y se inyectó cocaína e hizo todas las mezclas posibles y suficientes como para una sobredosis. Y lo logró. Además, estuvo diecisiete de sus treinta y dos años de vida encerrado en cárceles hacinadas y hediondas. Marcelo Roldán, el Pelado, es, a todas luces, un sobreviviente”. Así comienza el prólogo del libro “El Pelado”, que junto a Patricia Gamio escribimos en 2008.

Roldán se hizo famoso en los 90 junto a otros integrantes de su banda que entraban y se fugaban cuando querían de Miguelete: el Chino Pato, el Negro Sol, el Negro Urco. Todos muertos. 

¿Por qué Roldán logró sobrevivir en cambio todos estos años? Se advierten múltiples causas. Una es que su fama lo precedía cuando su pedigrí delictivo parecía exagerado.

Se hizo conocido por una rapiña a una vinería en la zona del Hipódromo. Roldán, siendo menor, mató al hijo del dueño de la vinería. La versión que circuló entonces fue que quiso violar a la hija de la familia y que su hermano salió en su defensa y Roldán lo mató. Sin embargo, las pericias dicen que Roldán disparó a través de una puerta y él aseguraba que no sabía si había alguien. Roldán no tenía ni de cerca el perfil del violador y mantenía un respeto por las mujeres al punto que cuando decía alguna palabra fuerte durante las entrevistas para el libro, le pedía perdón a Patricia.

También como menor mató a otro delincuente que se había metido con su hermana. Luego, como mayor, no registró ningún delito de sangre aunque las crónicas policiales hablaban de tres o cuatro muertos en su haber.

Su referente afuera fue su madre – “por favor, llevenle pasta de dientes y jabón”, clamaba, sabiendo que el Pelado hacía de la higiene una religión- luego fueron sus hijos.

El respeto a la familia y los cuidados que había que tener en cada visita de no mirar a las mujeres de otros, no cierra con el argumento de su matador acerca de que insultaba a su madre. Claro, en estos años Roldán pudo cambiar.

Elegimos al Pelado Roldán para hacer el libro porque es un ejemplo del delincuente que cumplió todos los pasos de niño solitario, madre prostituta, conocedor de los hogares de menores y luego de todas las cárceles.

Pero además porque en un mundo donde se vive con unas pocas decenas de palabras él tenía la capacidad e inteligencia de poder contar su saga. Le gustaba pintar y hay algunos cuadros que muestran que tenía gusto por el arte.

Y se hizo famoso en base a fugas y motines. Se vanagloriaba de haber hecho cerrar Miguelete luego de un motín en que la Policía le hizo comerse una biblia y le reventó una granada de gas en el pecho.

“Un día vi tantas cámaras que pensé que salía el presidente, pero no. Eran para mí", ironizaba. “Fueron ustedes, los periodistas los que me hicieron la maldita fama", acusaba a veces, pero en otras ocasiones destilaba en esa fama su inconmensurable ego: "Cuando digo que soy el Pelado me dan corte. Hasta los ministros me han atendido”.

Denunció y logró la remoción de jerarcas policiales, se amotinó en varias ocasiones y en otras estuvo contra los amotinados, lo que le valió la acusación de soplón.

Decía que para arreglar las cárceles había que convocar a alguien que las conociera, y que quien mejor que él.

Decía que su mayor temor era matar un preso dentro de la cárcel y comerse décadas de cana. Hace dos noches se encontró con alguien que evidentemente no tenía ese miedo, y –como cuando iba a buscar a su madre al burdel, o como cuando no tenía nadie que lo visitara- pasó de victimario a víctima.

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