En poco más de un mes, Peñarol pasó del sufrimiento y de la crisis futbolística a ser un equipo que de a poco se va reencontrando con su juego.
Abrochó su cuarta victoria seguida y se trepó a la punta de la Tabla Anual –con un partido más jugado–, algo impensado hace solo dos semanas cuando estaba a ocho de su eterno rival.
Pero cuando todo parece reencauzarse, cuando los jugadores se vuelven a encontrar en la cancha, cuando un equipo tiene equilibrio y juega con criterio, cuando sabe sobreponerse a los muy malos momentos, suelen suceder estas cosas.
Sí hay que decir que Peñarol se enfrentó a un conjunto de Cerro muy diezmado y que no encontró nunca el rumbo en la cancha.
Pero también hubo muchos méritos de los dirigidos por Diego López. Cuando se gana ya desde la cabeza al entrar a la cancha, cuando ya no la actitud o el juego, sino por la parte anímica, un equipo supera al otro, este tiene muy poco por hacer.
Eso es lo que le está sucediendo a Peñarol. Aún no es el del Apertura, el que ganaba con luz, el que tenía momentos de brillo, el que tenía a dos laterales que volaban en ofensiva.
Sin embargo y como sucede desde que este deporte es deporte, los resultados siempre ayudan. Y mucho.
Así se cambian las rachas: ganando. Así se terminan las crisis: derrotando al que se ponga enfrente. Así comienza a formarse otra vez un equipo que estaba mal físicamente y que de a poco –con el aporte del italiano Franco Bertini– se está recuperando.
Todo eso coadyuva a este momento de Peñarol. A que dos juveniles sigan demostrando partido a partido que quieren más, que son titulares, que no quieren dejarle a nadie sus puestos.
Facundo Pellistri con 17 años y con 13 partidos en Primera, logró romper el maleficio y anotó su primer gol. Lo mereció mucho antes y seguramente le va a venir muy bien para tenerse aún más confianza de la que se tiene. Pero su gran virtud es que juega para el equipo, que dejó de lado algunos egoísmos obvios de los inicios.
Matías De los Santos, con 21, se adueña cada vez más del mediocampo. Tiene estirpe, aunque claro, hay que esperarlo y no extremarse en los adjetivos.
Pero lo más relevante es que Xisco Jiménez ya es un goleador en racha. Lleva cuatro goles en sus últimos tres partidos y el miércoles en el Tróccoli, cuando Diego López lo sacó sobre el final, se escuchó por primera vez: “Olé, olé, olé, olé, Xisco, Xiscooo”.
Lucas Viatri venía siendo el hombre más importante de ofensiva en el equipo. Hace tres encuentros que no juega y todos pensaban –también este periodista– que Peñarol sentiría mucho su ausencia. Sin embargo, Xisco lo ha hecho olvidar por el momento.
El equipo no es una máquina, todavía le falta aceitarse aún más, pero ha recobrado confianza, juego y gol. Y eso es muy importante siempre, pero mucho más luego de una crisis futbolística y también cuando se juegan instancias decisivas como estas en las que van punto a punto.
En esta recta final, comenzó a liquidar rivales, a hacer costumbre eso de sumar de a tres y a tener convicción. Pasó de padecer a disfrutar. Y eso en el fútbol siempre es un aliciente.
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