Espectáculos y Cultura > El equipo de Yebra

Quiénes son y de dónde vienen los nuevos integrantes del Ballet Nacional del Sodre

El año pasado el BNS realizó una audición a nivel mundial en busca de más talentos y encontró a nueve bailarines que debutan la próxima semana en Carmina Burana
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16 de marzo de 2019 a las 05:02

Por Facundo Macchi y Stephanie Galliazzi

Empeine estirado, espalda recta, brazos en arco, cuello erguido, mentón rígido, piernas extendidas.

No. La orden es piernas más extendidas, espalda más recta. Entonces de nuevo empeine estirado, espalda recta, más recta, brazos en arco, cuello erguido, mentón rígido, piernas extendidas, un poco más extendidas.

No, todavía no es suficiente. Una vez más: piernas, espalda, brazos, cuello, mentón, piernas. Y la mirada. La mirada hacia la derecha; no hacia la izquierda, no hacia adelante, no hacia arriba, hacia la derecha. Porque hasta la mirada tiene su lugar en una coreografía de ballet. 

Son las tres de la tarde de un lunes de marzo. Igor Yebra –director del Ballet Nacional del Sodre (BNS), sucesor de Julio Bocca– está parado sobre una silla en la sala de ensayos del Auditorio Nacional Adela Reta y observa en silencio mientras el coreógrafo argentino Mauricio Wainrot marca puntillosamente cada acierto y cada error. Frente a ellos, la compañía entera. Cada bailarín en su posición. El BNS tiene una semana y media para que Carmina Burana –el primer espectáculo de la temporada 2019– llegue al público. Y en ballet las cosas llegan al público solo cuando son perfectas.

En medio de los giros y los saltos se pueden ver varias caras conocidas, veteranos del ballet uruguayo; otras tantas faltan, bailarines que optaron por otros caminos. También hay nueve rostros nuevos. Llegaron a Montevideo en enero tras ser elegidos entre cientos de candidatos que audicionaron el año pasado ante la misma mirada atenta de Yebra que hoy los ve ensayar. Llegaron de todas partes del mundo: España, Argentina, Australia, Colombia, Estados Unidos. Y hay tres de esos nueve que son uruguayos.

Nicholas Montero, Clara Gasso, Alfonsina González, Julián Mendosa, Jazmín Gude, Agustín Pereira, Brian Waldrep y Jaydin Cumming.

¿Qué los trajo hasta acá? Los relatos que circulan en el mundo del ballet y hablan de una compañía exitosa, un teatro importante, un director que pateó el tablero y montó una compañía que quiere competir con las mejores del mundo. Todos quieren saber si es cierto que en una ciudad perdida casi al fondo de América del Sur el ballet agota entradas y forma estrellas.

Pero también hay un factor que se repite en cada historia: el riesgo. Porque en contraste con la perfección que quieren lucir sobre el escenario y los tintes de disciplina y rigurosidad que les ofrece la danza clásica, cada bailarín llegó al Sodre con el relato de una vida que quedó atrás para bailar en Uruguay. Sin siquiera saber cómo terminará este viaje.


Agustín Pereyra

Agustín Pereyra nació en el fin del mundo. En una ciudad que por años ostentó el título de la más austral de todas: Ushuaia, Tierra del Fuego, Argentina.
Su historia con la danza empieza como la de muchos otros bailarines. Puede ser a los 4, a los 5 o a los 8. En su caso fue a los 10. La fórmula siempre lleva un niño inquieto que necesita ocupar su tiempo en algo, padres desesperados que ya no saben qué hacer con su hijo y una escuela de danza cerca de casa. Esta vez resultó ser de hip hop. Así empezó todo, como una distracción infantil.

Y así suele seguir hasta que alguien percibe el brillo. En el caso de Agustín fue una de sus profesoras. Le sugirió que el ballet podía ser un buen complemento para su técnica de baile y que iba a tener el cuerpo un poco más acomodado. Le dijo que tomara un par de clases para tener una noción mínima, una experiencia. Ese fue el engaño.

“Me enamoré del ballet”, dice ahora el bailarín argentino de 19 años con la frente todavía transpirada y una mata de pelo negro espesa, sostenida por una bandana oscura, cayéndole hasta la altura de los ojos. Acaba de terminar una jornada de ocho horas de ensayos y su energía se mantiene intacta. Viste una musculosa turquesa pegada al cuerpo, un pantalón de lona negro con franjas amarillas y lleva al hombro una bolsa de lino con zapatillas de ballet y una banana que no pudo terminar de comer antes de la entrevista. Habla pausado, con un ligero acento bonaerense y gesticula mucho. Tiene una mandíbula cuadrada y grande que se agranda más cuando sonríe. Sonríe mucho.

En la vida de Agustín las cosas siempre se precipitaron. Cuenta que a los pocos años de empezar con las clases de ballet en su ciudad alguien le comentó que había un curso para principiantes en el teatro Colón de Buenos Aires. Eso le sirvió de excusa para emprender un viaje familiar a la capital. Aquel mismo día un maestro le recomendó hacer la audición para entrar en la escuela. La dio y lo aceptaron. Ahí fue cuando hubo que empezar a hablar en serio. Hijo de un artista –su padre es poeta–, en la casa de Agustín no existe rechazar una oportunidad tan grande en un rubro tan complicado como el de las artes.
Así fue que se mudaron todos a Buenos Aires, para que él pudiera empezar a formarse en la danza. Su padre comenzó a trabajar a distancia y su madre, maestra, consiguió trabajo en otra escuela. En su momento Agustín lo vivió con mucha inconsciencia. Hoy, con un poco más de perspectiva, entiende que fue una locura. ¿Y si fracasaba?, ¿y si era solo un capricho? Habría cambiado las vidas de toda su familia en vano.

Nada de eso pasó y cuando cumplió 15 años ya había obtenido su primera beca para estudiar en una academia de Nueva York. De ahí se fue a estudiar a Portugal. A los 17, Agustín ya había pisado escenarios en París, Berlín y Estados Unidos. Volvió a Buenos Aires y consiguió un papel suplente en el cuerpo de baile del Colón. La suplencia se transformó en un lugar fijo dentro de la compañía, pero era tan joven que apenas lograba colarse en el elenco de alguna obra. Entonces se dio cuenta, por primera vez, de que se había apurado. Necesitaba seguir aprendiendo.

Volvió a Nueva York con otra beca, pero para mayo del año pasado ya estaba de vuelta en Buenos Aires y sin un rumbo claro de hacia dónde seguir. Un posteo en su muro de Facebook fue la carta de presentación del BNS.

“Sabía mucho del Sodre antes de venir. Conocía el trabajo de Bocca y el remplazo de Yebra. Sabía quienes eran los primeros bailarines. Carvalho y Tamayo para mí son estrellas, veía sus videos para inspirarme. Era remotivador, pero lo cierto es que me enteré de las audiciones por casualidad. No sé por qué nunca lo había tenido en cuenta”, dice.

Antes de aceptar el Sodre, rechazó una oportunidad laboral en una compañía pequeña de Nueva York. De esta forma, cuando parece que todos quieren irse para allá, él terminó viniendo para acá.
 

Jaydin Cumming

“La vida no tiene ningún sentido si no tomas riesgos, así que acá estoy”, Jaydin Cumming justifica el salto que acaba de dar en su vida. Porque es australiana, porque no entiende nada del español, porque Uruguay es distinto a todo lo que vio antes y porque tiene apenas 19 años.

Los primeros giros y saltos los dio una nena inquieta que hacía del living de su casa un escenario, hasta que su madre la llevó a tomar clases de ballet, jazz, danza contemporánea y varios estilos más. “Pero yo siempre miré al ballet más que a cualquier otra cosa, lo amo”, afirma. Asegura que está muy feliz de formar parte del BNS y aunque le cuesta muchísimo el idioma se maneja con aplicaciones y se las ingenia para disfrutar de su vida en una Montevideo de a ratos gris. 

Cuenta que disfruta de mirar películas en Netflix, caminar por la rambla y armar puzzles.

Pero esta no fue la primera vez que Jaydin cruzó aguas en solitario para perseguir su vocación. A los 16 años dejó Sídney –donde estudió en el colegio de artes escénicas McDonald College– para emigrar hacia Nueva Zelanda e instruirse en el New Zealand Ballet School. 

La bailarina confiesa que no conocía nada del BNS antes de llegar. Los nombres de Bocca, Riccetto y Yebra no fueron los principales imanes para que Jaydin se corriera varios husos horarios. Lo que la convenció fue una figura usualmente desconocida para los uruguayos: Francesco Ventriglia. El exdirector del New Zealand Ballet y actual mano derecha de Yebra fue lo que la hizo subirse a un avión sin pensarlo dos veces. 

Fresca, ligera y optimista, la australiana está ansiosa por el estreno de una pieza tan compleja como Carmina Burana. “Es un gran desafío”. Y otra vez esa palabra. 

Carmina Burana
El Ballet Nacional del Sodre puso en marcha su maquinaria a fines de enero. Allí comenzaron a ensayar su primer ballet de la temporada: Carmina Burana. El estreno de la obra está previsto para el 21 de marzo y cuenta con la coreografía de Mauricio Wainrot, que dirigió al Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín de Buenos Aires por 17 años. Las entradas ya están a la venta en Tickantel y boletería del Auditorio. 

Brian Waldrep

Nueve años son muchos años en la carrera de un bailarín de ballet y Brian Waldrep lo sabía. Había pasado ese tiempo trabajando para una única compañía, la Houston Ballet. De repente –y en medio de varios cambios en la compañía norteamericana– se dio cuenta de que si quería hacer un cambio y probarse en un lugar diferente debía hacerlo rápido. Brian tiene 28 años y, a diferencia de muchos de sus compañeros, no tuvo que audicionar para entrar al BNS. A él lo tocó la varita mágica de Bocca cuando el maestro argentino visitó su excompañía en Texas el año pasado como invitado especial y lo descubrió. “Julio me dijo que le mandara mis videos y materiales, que él se los haría llegar a Yebra”, recuerda el ahora solista del Sodre.

Brian ya había escuchado hablar de Uruguay antes, el día en que conoció a María Riccetto. Compartieron clases en Nueva York y en ese entonces la uruguaya ya alimentaba la idea inconsciente de que algún día Brian bailara en Montevideo. Una vez que Yebra lo aceptó, el bailarín pidió un poco de tiempo, se tomó un avión y voló a Uruguay para conocer la capital. “Estaba 90% seguro de que aceptaría la propuesta, pero era un salto demasiado grande para hacerlo a ciegas”, dice. Cuenta que Montevideo le voló la cabeza. Volvió a Estados Unidos, renunció y sacó otro pasaje, esta vez sin fecha de regreso.

Trabajar y vivir en Uruguay le implica varios desafíos, empezando por el idioma. Brian habla un inglés rápido, cerrado y con una voz profunda. Aunque de a poco se acostumbra al “che”, al “tranqui” y al “pah, me mataste”. Recuerda que se volvió bailarín de ballet porque era lo único con lo que podía satisfacer esa constante necesidad de ser desafiado. Ya desde pequeño competía en todas las actividades extracurriculares de su escuela, que era especial para niños artistas porque ofrecía un balance justo entre arte y academia todo dentro de la misma institución. 

“En ballet uno siempre intenta alcanzar la perfección. Me gusta ese desafío porque en realidad sabés que nunca vas a poder hacerlo perfecto, pero podés intentarlo”, dice.

Alfonsina González

Nunca imaginó con qué velocidad se podían llegar a cumplir los sueños. Lo que sí puede imaginar Alfonsina González es que cuando pise por primera vez el escenario de sala principal del Sodre, con casi 2.000 miradas encima, se va a emocionar. También van a carcomerla los nervios.

Alfonsina es uruguaya, de Las Piedras, y tiene 18 años. Con la delicadeza y timidez con las que suelta cada palabra, habla del ballet como esa pasión que se le empezó a meter en el cuerpo cuando tenía 4 años y su madre la llevó a su primera clase de danza. 

Su recorrido por el ballet fluyó a fuerza de rayo; egresó de la Escuela Nacional de Danza del Sodre en siete años –la carrera suele durar ocho– y a los pocos meses ya era parte del elenco estable del BNS. Fue sentada en una butaca, mirando una obra en la que actuaba la hija de su profesora de ballet, que el pulso de la vocación la asaltó por primera vez.

“‘¿Cómo te ves para entrar?’, me preguntó mi maestra. Y ahí, que tenía 9, me dio un poco de cosa”, cuenta. Tuvieron que pasar tres años antes de que decidiera entrar a la escuela de formación en ballet.

Pero no fue fácil. Alfonsina bailaba y también corría. Corría de mañana para llegar en hora al liceo; corría al mediodía para alcanzar el ómnibus hasta el Centro; y corría de noche, para llegar de una vez por todas a su casa. 

“El ballet es todo, es mi vida”, dice. El precio que tuvo que pagar fue alto. Perdió muchas amistades, pero ganó otras tantas.

La bailarina sabe que no tiene mucha experiencia dentro de la compañía, pero siente que el BNS está en su mejor momento. Ella confía en Yebra –a quien definió como “exigente” y “accesible”–; confía en el futuro; y también sabe que, al fin de cuentas, puede confiar en sus sueños. 

Los otros cinco
En total, al elenco estable del BNS se sumaron nueve bailarines nuevos. Además de Agustín, Brian, Jaydin y Alfonsina también están Jazmin Gude, argentina de 18 años; Julián Mendosa, colombiano de 20; Clara Gasso, uruguaya de 22; Nicholas Montero, español de 22; y Sofía Carratú, uruguaya y también de 22 años. 

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