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Rebelión en la granja demócrata hacia las presidenciales 2020

De cara a las elecciones, la dirigencia del Partido Demócrata podría quedar atrapada entre el ala más progresista y la reelección de Trump
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16 de marzo de 2019 a las 05:02

El Partido Demócrata se enfrenta a una insurgencia por izquierda dentro de sus filas, y a un punto de inflexión en su propuesta política como la vieja formación de Andrew Jackson nunca había vivido desde el Movimiento por los Derechos Civiles durante la posguerra. 

En las elecciones legislativas del pasado noviembre, los demócratas recuperaron la mayoría en la Cámara de Representantes; y en enero desembarcaron en el Capitolio 60 nuevos legisladores, el mayor recambio que ha registrado la bancada del partido en más de medio siglo.

En un principio todo era celebración y miel sobre hojuelas. Al influjo de su “ola azul”, los demócratas habían contribuido a juramentar el Congreso más diverso en la historia de los Estados Unidos. Bastante más de la mitad de esos nuevos congresistas demócratas eran mujeres; entre ellas, la primera legisladora indígena y las dos primeras musulmanas en la historia del Capitolio. Esto significaba una doble o triple victoria sobre el discurso antiinmigrante y el talante misógino del presidente Donald Trump.

Pero hoy el futuro no luce tan promisorio, al menos para la vieja guardia del partido, representada hoy por la presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi, pero en general conformada por el establishment demócrata construido bajo las administraciones de Bill Clinton y Barack Obama.  Y en tiempo presente, les están dando a buen seguro más de un dolor de cabeza.

Las tres más conspicuas representantes de esta nueva camada de demócratas “progresistas” en el Congreso son Alexandria Ocasio-Cortez, una brillante y carismática joven proveniente de una familia humilde del Bronx de origen puertorriqueño; Ilhan Omar, una muy articulada refugiada y activista somalí de fe musulmana que representa a un distrito de Mineápolis; y la también musulmana Rashida Tlaib, activista de Detroit de origen palestino y, como Ocasio-Cortez, militante de los Demócratas Socialistas de América, una organización de base que podría considerarse el ala progresista del Partido Demócrata, pero que nunca ha formado parte de las estructuras del partido, ni tenido una presencia de importancia a nivel nacional.

A su modo, las tres han desatado la ira y se han convertido en el principal objetivo de las críticas y vilipendios no solo de los partidarios de Trump, sino, y tal vez más aun, de los conservadores en general.

Por su condición de musulmanas, tanto Tlaib como Omar, que asiste a las sesiones del Congreso con la cabeza cubierta en una hijab, han sido víctimas de las típicas reacciones islamofóbicas en las redes sociales y otras partes. Y en el caso de Omar, hasta fue objeto de una diatriba en forma de póster, que la vinculaba visualmente a los atentados del 11-S, desplegado en una celebración del Partido Republicano de West Virginia. 

Pero también ambas han sido tachadas de antisemitas por algunos comentarios contra Israel. En particular, de nuevo, Omar, cuyas expresiones sobre lo que consideró una “doble lealtad” de los legisladores que apoyan a Israel desató una tormenta política que ha puesto a los demócratas a la defensiva, con varios de sus correligionarios saliendo a condenar sus dichos e impulsando una resolución contra el antisemitismo claramente diseñada para escarmentar a la joven congresista.

Las cosas ya venían mal para Omar por otros comentarios contra Israel, incluido un tuit, escrito en 2014 durante el bombardeo de Gaza, que ya había tenido que borrar y en el que sugería que Israel había “hipnotizado” al mundo. Sin embargo la dura condena que recibió por sus declaraciones sobre la “doble lealtad” y la amonestación de su propio partido provocaron que sectores progresistas salieran en su defensa; y la campaña #IStandWithIlhan (Yo estoy con Ilhan) se propagó por las redes sociales impulsada por la reconocida activista por las minorías Linda Sarsour. Pero hasta connotados judío-estadounidenses de extracción liberal, como Peter Beinart y Mairav Zonszein, consideraron al episodio como un “grave doble rasero” y “un uso del atisemitismo como arma que el liderazgo demócrata ha permitido”.

La reacción progresista, aunada a los tuits de Trump, que también se sumó para pegarle a Omar, forzaron a un replanteo de la situación por parte de la dirigencia demócrata. Un día después, salía Pelosi a declarar que a ella “no le habían parecido antisemitas” los comentarios de Omar. Otra vez, la vieja guardia del partido estaba a la defensiva.

El caso de Ocasio-Cortez es diferente al de sus compañeras musulmanas. La legisladora latina, una especie de Jennifer López de la política —de hecho, también es del Bronx, y también de origen puertorriqueño— es la verdadera estrella ascendente del Partido Demócrata post-Obama. Y despierta los típicos anticuerpos conservadores cuando un demócrata es demasiado liberal y al mismo tiempo demasiado carismático, ese rechazo visceral que les prodigaron a varios líderes demócratas, desde John F. Kennedy hasta Bill Clinton, y por extensión, a Hillary y al propio Obama. No es algo que tenga una explicación racional, son figuras que los republicanos simplemente aman odiar. Y de ese modo, las propuestas más socializantes de Ocasio-Cortez, como subirle los impuestos a los más ricos, o su proyecto contra el cambio climático, el llamado “Green New Deal”, reciben cada día una andanada de reprobaciones y ataques personales.

Es así que la “Squad” (brigada), como se hacen llamar estas nuevas legisladoras demócratas, ha creado en el establishment del Partido Demócrata un efecto similar al que los radicales del Tea Party causaron en la vieja guardia republicana después de su victoria electoral en 2010: le restan protagonismo, dominan la agenda política y los hacen ver como los clásicos “Washington insiders”, siempre dispuestos a negociar; y sobre todo, a obstaculizar los cambios que supuestamente exige la ciudadanía y que estos otros, más jóvenes, con más energía y bríos, supuestamente encarnan. Un dolor de cabeza para todo dirigente tradicional hecho en el juego político de ceder y presionar dentro de las consabidas reglas del viejo oficio.  

La consecuencia más inmediata que esto podría tener sería una ruptura al interior del partido por la cuestión del impeachment a Trump, algo que Pelosi trata de evitar por todos los medios (por lo que entiende “profundizaría las divisiones en el país”), y las de la “Squad” lo consideran una de las razones principales por las que sus electores las han enviado a Washington. Sin duda, será otro asunto en el que pronto veremos —de hecho, ya estamos viendo— al liderazgo demócrata haciendo malabares y recogiendo la cometa.

Y la consecuencia más de mediano plazo podría ser la nominación del socialista Bernie Sanders como candidato del partido a las elecciones de 2020, por encima de Joe Biden o quien sea el elegido del establishment demócrata.

Así pues, lo que en noviembre y hasta principios de enero parecía una clara victoria que pondría a los demócratas en la senda de recuperar la Casa Blanca enarbolando sus principios y más caros postulados liberales, hoy se parece más a un problema para la dirigencia del partido, que de cara al 2020 podría quedar atrapada como sándwich entre los movimientos alternativos de Sanders y Trump. No son estos tiempos para moderados, muchos menos de viejas guardias políticas.

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