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Samanta Schweblin: "Las mujeres están escribiendo lo mejor de la literatura latinoamericana"

La destacada autora argentina llegó a Montevideo para presentar su última novela, la inquietante Kentukis
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12 de noviembre de 2018 a las 05:02

La casa está en silencio. Una mujer –el pelo atado, la espalda derecha– escribe. Afuera el manso barrio berlinés de Kreuzberg sigue su rutina diaria. Nadie lo sabe, pero allí dentro –en ese espacio blanco, privado, lleno de papeles, de hojas, con algunos pequeños detalles íntimos–, una mujer escribe un libro que después se traducirá a más de 30 idiomas y será elogiado por muchos de los críticos más respetados de la literatura. Se llamará Kentukis y será, a grosso modo, muy distinto a todo lo que vino antes. Después esa misma mujer viajará por el mundo y dirá que para escribir necesita estar en un espacio neutral, sin distracciones, donde el cuerpo y el espacio estén en orden para que, así, la cabeza vuele. 

Samanta Schweblin es la mujer que escribe. Es también una de las voces más potentes y destacadas de la literatura argentina contemporánea. Su primera novela –la concisa y escalofriante Distancia de rescate– fue nominada al Man Booker Prize en 2017 y será llevada al cine en 2019. Su obra ha sido destacada, entre otros tantos, por The New Yorker, The New York Times y The Guardian. Schweblin (40) no es amiga de las entrevistas, pero es lo suficientemente cálida como para que no se note. La escritora llegó a Uruguay para presentar Kentukis –una perturbadora novela sobre la soledad, la mirada del otro y el vínculo tan extraño como cotidiano con la tecnología– en la Feria Internacional del Libro.  

Sobre su última creación, la lectura y las mujeres en las letras latinoamericanas, diálogo Schweblin con El Observador.  

¿En qué aspectos se da cuenta de que sigue siendo la misma lectora que era en la adolescencia y en qué aspectos siente que es una lectora profesional?

Hay una mezcla de dos lectores. Sigo siendo esa lectora que en seguida abandona eso que no le interesa, tenga el título que tenga. Soy una lectora distraída, que –siempre me pasó esto– de repente estoy en la página 15 y dejé de leer desde la 10. Sigo teniendo es relación poco profesional con la lectura. Pero cuando algo me interesa muchísimo, cuando me cautiva, ahí hay algo que se enciende, aparece otra lectora. Cuando aparece esa señal, me vuelvo una lectora muy distinta, no puedo seguir leyendo sin un lápiz en la mano, desarmo todo el texto, me vuelvo una lectura profesional. Pero siempre el primer instinto es de mucho disfrute. Le tengo muchísimo miedo al problema de la profesionalización en la literatura; hay algo muy auténtico en la lectura y en la escritura que tiene que ver con lo emocional, con lo intuitivo y con lo más físico y vital de ese acto. Siempre temo que eso se pierda, entonces soy muy atenta como lectora a qué me genera un texto. Creo que un texto tiene que ser lo suficientemente potente como para que el lector más inexperto del mundo entienda que lo que está pasando en ese libro es brutal. Mi acto profesional es un acto de resistencia de no salir de ese lugar inexperto.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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¿Qué pasaba en su vida cuando la primera idea de Kentukis la tomó por asalto?

El libro no tiene nada de autobiográfico; sin embargo, yo hace seis años que vivo en Berlín pero con una pata muy fuerte en Buenos Aires, trabajo con argentinos, y además tengo un colega con el que estoy en permanente diálogo en Barcelona. Entonces hay momentos en que me la paso trabajando con otros, pero al mismo tiempo estoy sola en el living todo el día. Así que es una híperconectividad desde la soledad, que es uno de los grandes temas de Kentukis. Y otra cosa que me pasaba es que en los últimos años viajé muchísimo, así que casi todas estas ciudades de las que hablo en el libro las conozco, estuve ahí. A eso se le suma el desconcierto de estar viviendo en un mundo híper globalizado e híper tecnologizado. Convivimos con mucha naturalidad con estas tecnologías y a nadie le sorprende, sale una app nueva y, por momentos te da la sensación de que ya existía. Lo extraño es que cuando llevás esa tecnología con la que convivimos a diario a la literatura se la etiqueta como ciencia ficción. Y me pregunté por qué en el espacio de la literatura necesitamos pensar tanto alrededor de esto y no lo tomamos como algo natural. Kentukis habla de las tecnologías y de las conexiones, pero, sin embargo, no hay ninguna palabra tecnológica, no hay ningún dispositivo que se describa, sucede en la vida de todos los días. Me interesaba ese ruido, quizás porque yo misma lo estaba viviendo.

Por momentos también pareciera que hablara de la vida europea, donde la gente está tan sola que siempre anda con sus mascotas de arriba para abajo.

Es cierto, lo ves mucho en los supermercados donde todo es para uno. Hasta la comida congelada es para una persona sola. En Berlín, por ejemplo, hay un boom de los medios de transporte en que no tenés que ir con otros. Muchísima gente anda en bici porque así no va rodeada de gente desconocida en el bus o en el metro y eso que el servicio público es excelente. Pero pareciera que es muy inquietante tener que convivir con los demás. Cada vez nos cuesta mucho más eso. Un kentuki es una solución perfecta para esto porque es un aparato muy rudimentario, como si fuera un peluche o un perro, que se mueve por tu casa y con el que no tenés un lenguaje en común. Ese kentuki le da acceso remoto a un ciudadano a la vida privada de otro, pero sin un lenguaje. Entonces no podés hablar con él y ahí hay algo de ese pacto de la soledad que se mantiene. Solo podés mirar, no podés juzgar. Creo que cuando el otro no puede juzgar hay un pacto de tranquilidad. Una de las acciones más fuertes del lenguaje es que nos permite estar todo el tiempo juzgando al otro. Una mascota no te puede juzgar. Así que este es un dispositivo un poco tramposo porque uno lo empieza a tratar como una mascota, pero del otro lado hay un ser humano que en el fondo te está juzgando aunque no te lo pueda decir.  

Ha dicho que escribe sobre lo que le da miedo. Y el juicio y la mirada de los otros debe de ser una de las cosas más atemorizantes.  ¿Lo siente así?

Absolutamente. Para mí ese juicio es el gran coletazo que da el supuesto espacio privado que buscaba en la literatura. Yo me escondo en la literatura para no hablar, para esconderme un poquito, para que no se note tanto lo que pienso; como un ejercicio privado. Y después esa escritura se vuelve pública y muchas veces los libros quedan de lado y se le pregunta a la persona. Es súper inquietante y por eso me angustian tanto las entrevistas. Hay una exposición  y cualquier exposición buena o mala lleva un juicio. 

Desde hace un par de años las escritoras latinoamericanas tienen una presencia mucho más fuerte en la industria editorial global.  ¿Qué cambió?

Tal vez es un poco idealista decir esto, pero creo que la literatura es el espacio donde nosotros como sociedad hacemos el ejercicio de pensarnos y entendernos y probarnos. Y es el espacio donde nos vemos reflejados y ahora, por fin, somos mayoría. Y eso tiene que ver con que el cambio que está haciendo el feminismo en estos últimos años es brutal. Y esto entró a la columna vertebral de nuestra sociedad y cambió las cosas de las puertas de las casas para adentro. Al cambio del feminismo también hay que sumarle –quizás sea la parte peligrosa– un mercado que siempre va a poner las luces en el lugar donde hay movimiento. Creo que hoy las mujeres están escribiendo gran parte de la mejor literatura latinoamericana que se está haciendo en este momento, pero también escribimos cosas muy malas. Somos tan genias y tan malas como los varones. Hay que hacer un esfuerzo como escritor de comprometerse con la calidad de lo que uno publica. Y el mercado tiene que preocuparse por publicar buena literatura y no literatura escrita por mujeres o por hombres.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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¿Cuándo decidió elevar el perfil en los temas políticos, como la ley de despenalización del aborto?

Siempre tuve una actitud mucho más callada. Sentía que mi gesto político iba a través de los libros; lo sigo pensando. Uno hace política con sus mejores armas, la mía es la literatura. Después entendí que era importante decirle a mis lectores de qué lado me estoy parando en determinados temas. Más allá de eso, creo que los que tenemos visibilidad tenemos la obligación de hacerlo. 

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