Opinión > CARTAS CRUZADAS

Singular y Razón

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21 de abril de 2019 a las 05:00

De Leslie Ford,del Trinity College, para Magdalena Reyes Puig
Querida Magdalena:

 

Singular y Plural
 

Su bisabuelo, que era poeta, conocería el soneto desde la Torre, de Francisco de Quevedo, en el que describe cómo, a través de la lectura, contacta con los sabios de generaciones anteriores: vivo en conversación con los difuntos/ y escucho con mis ojos a los muertos. Efectivamente, el saber no se produce en nosotros por generación espontánea, sino que se origina en las generaciones anteriores y de ellas es tributaria.

En las cartas de la semana pasada, mientras yo señalaba su curiosa y notable presencia en nuestras vidas, usted iba más allá, y sugería que la tradición es un modo de conocernos, de reconocernos, a nosotros mismos en la vida común. Esta relación tendría un sentido vertical, conectándonos con los antepasados, y otro horizontal, amalgamando a todos los individuos de una misma generación. La tradición -ya sea remar en el Támesis o caminar por la rambla “con mate en mano y termo bajo el brazo”- manifiesta así lo que somos, nuestra identidad.

Definiendo, por un lado, nuestro lado “único e irrepetible”, en aquello que nos constituye indiviadualmente como personas, pero también lo que nos hace iguales a los demás o -como se dice en algunas tradiciones- sus semejantes. Cada persona existe, o camina, sobre dos patas: la de su unicidad, y la de su ser ser común o compartido. Es en sí misma y es con los otros.

En una época en la que el pensamiento extendido (y a veces único) está dominado por el individualismo, puede sorprender esta referencia a la naturaleza social como fundamento de nuestra identidad. Sin embargo, la filosofía no es sólo una herramienta analítica, sino un camino, y frecuentemente al final de un razonamiento no sólo llegamos a una conclusión que no esperábamos, sino a un nuevo lugar, desconocido y sorprendente pero que estamos llamados a explorar. Si seguimos nuestras cartas, la sociedad ya no es más la coincidencia casual o arbitraria de individuos naturalmente aislados, interactúando accidentalmente para bien o para mal en un lugar y en un tiempo; sino la descripción de algo más profundo: que esos individuos comparten un mismo ser y que, por lo tanto, son parte de una reciprocidad. El ser común es siempre un ser recíproco, en el que los individuos están naturalmente (id est, por naturaleza) orientados unos a otros.

No todos estarían de acuerdo con esta descripción profundamente personalista, pero al mismo tiempo social, del ser recíproco. En una polémica que dura desde hace ya más de dos milenios, y que académicamente se conoce como la Cuestión de los Universales, algunos han negado la existencia del ser común, que aquí discutimos, mientras otros han afirmado que sólo existe el ser común.

Aristóteles que era en general un tipo muy claro, en su Metafísica dejó sin embargo abierta la cuestión, que ahora nos preocupa, de la coexistencia del ser individual y del ser común. ¿Cómo puede la especie estar presente en los individuos? ¿Cómo existe el individuo único en la especie común? 

Por su lado, para Guillermo de Ockham, las especies (lo que hemos llamado el ser común) no existen, sino sólo los individuos. La especie es únicamente una ficción verbal, un nombre vacío para denominar a individuos a los que atribuimos cierta semejanza mutua. Ahí tenemos al Nominalismo. 

En el otro rincón del cuadrilátero, están los que, en diverso grado, piensan que es difícil jugársela por el ser individual. Para ellos, sólo el ser común o genérico se impone con evidencia. Si los individuos existieran (quod est desmostrandum), deberían subordinarse, o incluso diluirse en la especie, o en el todo social que es la condición de su existencia. Parménides,  Platón, y Marx son representantes de esta inclinación intelectual.

En cuanto a mí, pero lo que yo opine no tiene la menor importancia, el ser común significa sobre todo alegría. Porque todas las personas que han sido, son y serán -eso nos incluye también a usted y a mí, a mi mujer y traductora, a Quevedo y a su bisabuelo José María Delgado, a Guillermo de Ockham, a Parménides, a Platón, a Marx y al gran Obdulio Varela- vivimos en una comunión que nos puede hacer presentes y cercanos unos a otros. Aunque a veces nos parezca que unos u otros estamos lejos -en Oxford, en Montevideo, o en la Casa del Padre. 

Por su lado, para Guillermo de Ockham, las especies (lo que hemos llamado el ser común) no existen, sino sólo los individuos.

 

Razón y Verdad

De Magdalena Reyes Puig para Leslie Ford, del Trinity College
Estimado Leslie:

 

Hace unos pocos días, y a raíz de nuestro último intercambio epistolar, mantuve una interesante conversación acerca de la incidencia de los otros en el conocimiento de nosotros mismos con una colega psicóloga.  Ella se mostró particularmente interesada en la cita del Dr. José María Delgado reproducida al final de mi carta y su relación con los más recientes descubrimientos del psicoanálisis que refieren a la transmisión psíquica transgeneracional. Pero lo que más llamó la atención de mi colega fue el hecho de que sin ser psiquiatra ni psicólogo, y en el año 1945, mi bisabuelo haya accedido a una intuición tan profunda y atinada de la psyché humana.  ¿Cómo pudo él, siendo tan poeta como hombre de ciencia, afirmar algo tan intangible como que “nuestros ascendientes perviven en nosotros” con tanto convencimiento? 

Tanto la ciencia como la filosofía representan, en el imaginario colectivo y también para muchos especialistas,  el empeño de aprehensión de la verdad mediante el recurso de la razón y la percepción sensible.  Según este criterio, la verdad es siempre independiente de quien la piensa: “No es en los hombres, sino en las cosas mismas, donde es preciso buscar la verdad”, sentenció Platón, representante par  excellence  del objetivismo filosófico.  El interés, la naturaleza falible de nuestros sentidos y las creencias básicas o prejuicios, deben ser controlados y dirigidos por el intelecto en la búsqueda de un conocimiento confiable y verídico, “No te fíes sino de la razón”, agrega Descartes a esta influyente tradición.  

Sin embargo,  y también dentro de la Filosofía,  existen perspectivas alternativas que postulan los límites de la razón, argumentando que no todas las verdades son  accesibles a la pura inteligencia. Algunas cosas no basta con poder pensarlas para que resulten verdaderas: en ocasiones, la verdad debe ser confirmada en la experiencia vivida. 

En esta línea discurre el pensamiento de Martin Buber, filósofo existencialista  conocido por su filosofía del diálogo.  En su maravillosa obra Yo y Tú  Buber plantea que no existe un yo aislado y separado, sino siempre en relación con un otro que puede ser una persona, el mundo objetual o la divinidad. Por otra parte, y con respecto a la verdad encontrada en la experiencia vivida, Buber recurre al ejemplo del dolor diciendo que no se puede conocer su esencia alejando al espíritu de él para contemplarlo serena e imparcialmente, como enseña el método científico o la filosofía objetivista. Quien se valga de este medio podrá quizás, cosechar muchas ideas ingeniosas acerca de la naturaleza del dolor, pero jamás llegará a conocer su esencia. Para esto, el ser entero debe lanzarse a fondo en ese dolor real,  identificarse con él y llenarlo de espíritu, “entonces es cuando el dolor se le franquea en tal intimidad”. 

Es que usted tiene razón, Leslie: “la filosofía no es sólo una herramienta analítica, sino un camino”. El camino de la existencia vivida, por el cual tenemos que transitar con nuestro ser entero, y no sólo con la razón.  Es entonces cuando llegamos a destinos sorprendentes donde se nos revela la ser auténtico de las personas y las cosas, que adquiere un sentido universal porque deviene, precisamente, de ese encuentro con la otredad con el cual comulgamos en una experiencia vivida personalmente. 

En mi práctica como psicóloga clínica es común que las personas admitan “saber” ciertas cosas a nivel teórico, pero sin poder tomar decisiones o acciones vitales que coincidan con ellas. Siempre pienso que esto se debe a que los seres humanos no siempre experimentamos esa “adhesión total” a la verdad que creemos saber, no la hemos comprehendido, y por eso padecemos esa incongruencia interna entre el saber, el sentir y el obrar.  

Así, creo que mi bisabuelo supo que nuestros ascendientes persisten en nosotros -alineándose a la postura aristotélica de coexistencia del ser común y el ser individual- porque pudo relacionarse con esa presencia y responder a ella. No es que no haya tenido argumentos racionales o empíricos para saberlo (de hecho, hoy sabemos que los hay), pero ese reconocimiento recíproco con los otros requiere de una mirada profunda, que desborda al entendimiento al mismo tiempo que lo enaltece y alimenta. 

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