Opinión > ANÁLISIS

Tolerancia cero y ley de Faltas

Algunas propuestas como las del Partido Nacional y las del Frente Amplio van en la dirección correcta, sin embargo, al vandalismo tenemos que repudiarlo todos
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19 de mayo de 2019 a las 05:00

Un hombre de unos 25-30 años llega en bicicleta, saca un drypen verde, y pinta una hoja de marihuana sobre el letrero de la calle Constituyente. En realidad, la expresión artística es tan mediocre que podría ser también su firma. Lo hace con absoluta naturalidad, tomándose su tiempo, a plena luz del día y rodeado de transeúntes. Yo debí habérselo reprochado. Debí haberle explicado que esa porquería no era arte, sino un vandalismo patético. Que ese letrero había sido pagado con mis impuestos, con nuestros impuestos. Que en algún momento varios trabajadores de la Intendencia iban a tener que dedicar horas de su día a limpiar o cambiar ese letrero, y que ese trabajo innecesario y mezquino le costaba millones de pesos a la comuna cada año. 

No lo hice. Evidentemente, el hombre creía que alterar el erario era su derecho. Y de comenzar una discusión, pensé que quizás habría transeúntes que incluso se pondrían de su lado. Eso no pasaría en los países a los que vamos de vacaciones, porque a nadie se le ocurriría vandalizar un bien público a plena luz del día, a sabiendas de que sería increpado por una masa de conciudadanos indignados. Quizás esa prepotencia refleje una rebeldía confundida que nace de la dictadura. Quizás sea el producto de un sistema educativo que profundiza en los derechos ciudadanos, pero que raramente hace hincapié en las responsabilidades. Sea como fuere, me arrepiento de no haber intercedido, porque cuidar los espacios públicos también es mi deber.

Aunque lo parezca, la anécdota no es casual. Por el contrario, el vandalismo está en la mira de varias propuestas electorales este año. El más explícito es el programa del Partido de la Gente con su apuesta general por la “tolerancia cero” y el ataque a las pequeñas faltas que dan inicio a los delitos (Propuesta 1). Un planteo similar puede encontrarse también en el programa de gobierno de Todos, el sector del Partido Nacional del senador Lacalle Pou, que hace referencia a la implementación efectiva de la Ley de Faltas y Conservación y Cuidado de los Espacios Públicos (Propuesta 85 de Seguridad Ciudadana). Por último, las bases programáticas del Frente Amplio también prevén la creación de una “unidad especializada en el orden y control de las faltas y de otras conductas que afecten la convivencia” (pág. 171).

Quizás la relación de las tres propuestas no esté clara, y ello se debe a que la tolerancia cero se ha convertido en un concepto abstracto y difícil de precisar. Sin embargo, sus políticas son en realidad algo muy concreto: son iniciativas policiales que buscan mantener el orden público a través de un patrullaje dirigido a fiscalizar comportamientos que no necesariamente constituyen delitos pero que sí pueden dañar la convivencia. Ejemplos: tirar basura en la calle, poner la música a todo volumen o vandalizar espacios públicos.

Las políticas de tolerancia cero están basadas en la teoría de las “ventanas rotas”, elaborada por James Wilson y George Kelling en 1982, pero sobre todo famosa gracias a Rudolph Giuliani, el exalcalde de Nueva York, quien la puso en práctica con gran éxito durante la década de 1990. La idea central de esta teoría es que los comportamientos antisociales, si no son controlados, suelen derivar en una espiral de decadencia que lleva a los vecinos a sentirse alienados y desmoralizados, lo que relaja el control social y eventualmente da lugar a fenómenos criminales peligrosos. En otras palabras, si no se sancionan los malos comportamientos, se termina dando rienda suelta al libertinaje y a la criminalidad.

En general, las relaciones causales que sustentan la teoría de las ventanas rotas son correctas: si se tolera la suciedad, el vandalismo o el acoso callejero, el control social se debilita y es más probable que el delito prospere. En parte por eso, y en parte porque durante aquellos años el delito en Nueva York se redujo notablemente, la tolerancia cero entró con fuerza en el diccionario criminológico, Giuliani se volvió famoso, y sus políticas empezaron a copiarse en todo el mundo.

Pero la felicidad duró poco. La fama trajo críticas y su política de tolerancia cero se tornó una de las más evaluadas de la historia. Los resultados no fueron positivos: Se demostró que habían (re)criminalizado conductas que no eran criminales, como la prostitución o la indigencia. También que habían aumentado la discriminación institucional de minorías étnicas y raciales, y dañado las relaciones entre policías y vecinos de aquellos barrios en los que la confianza y colaboración son más necesarias. Pero, sobre todo, muchos estudios concluyeron que la reducción del delito en Nueva York fue un fenómeno más complejo que respondía a otros factores. 

Este último punto sigue generando controversia, porque hay estudios que sí encuentran una relación causal entre las políticas de Giuliani y la extraordinaria caída del crimen en la Gran Manzana durante los años 90. En este sentido, un argumento revelador es que la disminución del crimen en Nueva York fue extraordinaria por su magnitud, pero no tanto en términos comparativos. Y es que el delito también se redujo notablemente durante el mismo periodo en las otras 10 ciudades más grandes de Estados Unidos. Es más, prácticamente todas las democracias desarrolladas redujeron notoriamente la criminalidad y el delito durante el mismo período, pero aplicando políticas diferentes. En definitiva, las evaluaciones demostraron que la teoría de las ventanas rotas y las políticas de tolerancia cero no habían sido un factor decisivo en la reducción del crimen. Y si bien hay autores que no descartan su eficacia para combatir el delito, es innegable que los críticos tienen mucha más evidencia de su lado.

Para Uruguay, experiencias como estas sugieren que es poco probable que se pueda reducir la criminalidad con políticas de tolerancia cero. Más aún, considerando que nuestras fuerzas policiales trabajan al límite de sus capacidades. Es decir, que cada oficial dedicado a sancionar este tipo de comportamientos es un oficial menos evitando rapiñas y acudiendo a llamados de emergencia.
No obstante, esto no significa que debamos conformarnos con una ciudad grafiteada y sucia. La ley de Faltas no puede ser el pilar central de la seguridad ciudadana, porque no influiría positivamente en el delito y aumentaría la crispación social a costa de los recursos del Ministerio del Interior. Pero ello no implica que dicha ley no deba ser aplicada con rigor, lo que en la actualidad claramente no sucede. Dejar basura en la calle, grafitear las paredes o vandalizar los espacios públicos debe conllevar una sanción efectiva y es conveniente querer operacionalizarlo mejor, aunque solo sea para señalizar un cambio de actitud frente a esos comportamientos. Aunque solo para que deje de hacerse a plena luz del día. Caso distinto es el de las personas en situación de calle, que también son contempladas por la ley, pero cuya condición y solución son muy distintas. Por eso, las propuestas del Frente Amplio y del sector Todos del Partido Nacional van en la dirección correcta. Por otro lado, la ley de Faltas solo prevé penas de trabajo comunitario, lo que no es poco, pero cuando el sancionado tiene patrimonio, hubiese sido bueno que incluyese una fuerte multa. Pero, más que nada, lo que no puede faltar es el repudio de todos. 

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