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Las teorías conspirativas del Apolo 11: ¿en serio llegamos a la luna?

Cincuenta años después de la hazaña espacial las teorías de complot siguen generando suspicacia
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16 de julio de 2019 a las 05:00

¿Cómo se percibirá el paso del tiempo allá afuera, en el espacio exterior? Podría ser igual que acá abajo en la Tierra, donde los buenos momentos son tan fugaces que hay que correrlos de atrás para intentar alcanzarlos y los melancólicos pasan tan lento que parecen una broma de mal gusto.

¿Se sentirá en el cuerpo cómo avanzan los minutos, las horas, los días, los años? Tal vez. Aunque pensándolo bien, es posible que el tiempo ni siquiera exista o el cuerpo ni siquiera se sienta en el espacio. En definitiva, allá arriba las reglas son otras.

Para él seguro fueron los 12 minutos más largos de su vida. Estaba flotando adentro de una cápsula metálica en el medio del abismo negro. “¿Crees que tu equipo y tú están listos para hacerlo?”, preguntaba la voz de su jefe, que le retumbaba en la cabeza una y otra vez. En su momento él había dicho que necesitaba un mes. Pero esto era una carrera y en las carreras gana el más rápido. Él quería ganar, todo el país quería ganar. “Estamos listos, estamos listos para hacerlo”, respondió. Y ahora su respuesta le pesaba: ¿estaban listos de verdad?

Al final, con el diario del lunes, la respuesta es clarísima. El Apolo 11 aterrizó en la luna el 20 de julio de 1969. Casi todos dicen que fue así. Lo aseguran las personas y las instituciones en las que supuestamente se puede confiar.

El descenso de la nave llevó 12 minutos en los que las posibilidades eran infinitas. El comandante de la misión fue él, Neil Armstrong. Tenía 38 años y en una entrevista dijo lo siguiente: “Pensé que teníamos un 90% de posibilidades de regresar a la Tierra a salvo, pero sólo un 50% de realizar un aterrizaje exitoso en el primer intento”. Como en las películas de ciencia ficción, todo lo que podía salir mal en esos minutos, salió mal. El piloto automático de la nave falló y estuvo a punto de aterrizar (más bien estrellarse) en un cráter lunar. Ahí fue cuando Armstrong se convirtió en héroe. No fue cuando se volvió el primer ser humano en pisar la luna, ni cuando dijo esa frase casi guionada de “un pequeño paso para un hombre, y un gran salto para la humanidad”, que se convirtió en el eslógan ideal de la hazaña. Armstrong se convirtió en héroe cuando tomó el control manual de la nave, logró aterrizarla en una planicie y salvó la misión.   

“Houston, aquí la base Tranquility. El Eagle aterrizó”. La voz se escuchó fuerte y clara en la base de control de la Nasa en la Tierra e hizo eco en miles y miles de hogares, bares, salas de espera y tiendas que aquella noche tenían sintonizada una transmisión especial con la que Estados Unidos le presumió al mundo (y sobre todo a la Unión Soviética) que había logrado lo imposible.

Pero claro, haber logrado lo imposible tendría su costo. Había un lado del mundo que no quería que aquello saliera bien. La llegada a la luna fue mucho más que una exploración espacial. Lo dice la gente que estudió la geopolítica mundial y la forma en la que el mundo funcionaba en aquellos años tan particulares de la historia reciente.

El periodista y escritor argentino Martín Caparrós lo resume así en una columna que escribió para The New York Times: “Aquello (el viaje a la luna) se hacía, sobre todo, por razones políticas de una política que después se terminó. El control del espacio se inscribía en la lógica —militar, propagandística— de ese enfrentamiento: Estados Unidos y Rusia tenían que dominarlo para mostrar que dominaban y, más pedestres, porque si lo hacía el otro podía barrerlos de la Tierra. Así, se puede suponer que aquel triunfo estadounidense fue un golpe brutal para la Unión Soviética, el principio de su fin, el inicio de este orden mundial donde el capitalismo reina sin rivales”.

Entonces en el momento en el que Estados Unidos dijo y mostró que uno de los suyos había llegado a la luna, comenzaron las viejas y queridas teorías conspirativas.

Desde el cine hasta YouTube

Y es que las teorías conspirativas tienen ese no se qué que hacen que siempre funcionen. Son magnéticas, lisérgicas y alimentan el placer de encontrar evidencia aparentemente real en lo que sin dudas es ficticio. Un ensayo publicado en la revista española Jot Down las define así: “Son explicaciones —muy al estilo de las leyendas urbanas, aunque existen algunas muy sofisticadas— de acontecimientos pasados, presentes o futuros que surgen del escepticismo hacia las estructuras de poder y sus medios de comunicación, el folclore de nuestros días”.

Neil Armstrong

Sobre la llegada a la luna basta con hacer una barrida rápida en YouTube para encontrar mucho de ese folclore que cuestiona la veracidad de la misión del Apolo 11. Los videos más populares sobre este tema cosechan más de siete millones de reproducciones.

Aunque, claro, esa idea no nació con Reedit ni como consecuencia de algún podcast hipster. Ya en la década de 1970 comenzaron a aparecer varios defensores de estas teorías, con nombre y apellido. Uno de ellos fue Bill Kaysing, un exempleado de una empresa que fabricó cohetes para la Nasa, que escribió un libro titulado Nunca fuimos a la luna. En sus páginas reflexiona sobre la idea de que la agencia espacial gringa no tenía la tecnología necesaria para llevar al hombre a la luna, o que ninguna persona podría haber sobrevivido a la radiación espacial. Muchos le creyeron. Sin embargo, el director general de la Agencia Espacial Europea (ESA), Jan Wörner, dijo que una vez increpó a un administrador de la Nasa. "Mira, estamos los dos solos en una habitación. Me podés contar si estuvieron en la luna". A lo que el ejecutivo le respondió: "Sí, Jan, sencillamente porque haber hecho un montaje de todo esto hubiese sido muchísimo más caro'". 

También salieron varias películas y documentales de dudosa procedencia, pero que calaron hondo en algunas partes del mundo, en los que se analiza y justifica el aterrizaje lunar como un montaje hollywoodense. La luz y la sombra de las imágenes, la ausencia de estrellas, la bandera norteamericana que flamea en la nula atmósfera extraterrestre son algunas de las “anomalías” que se observan en el archivo visual de la Nasa. La revista Time señala en un artículo que algunos teóricos creyeron que el cineasta Stanley Kubrick podría haber ayudado a la Nasa a falsificar el aterrizaje porque su película de 1968 2001: Odisea en el espacio demuestra que la tecnología para recrear el espacio ya existía en ese entonces.

Según una nota publicada en AFP, en 1969 menos del 5% de los estadounidenses dudaban de la veracidad de la misión, un porcentaje que aumentó a 6% según un sondeo realizado por Gallup en 1999. En 2009, agrega la nota, eran 25% los británicos interrogados quienes no creían en ese evento y 57% de los rusos sondeados por la consultora Vtsiom en 2018. Los porcentajes son altos.

El investigador francés Didier Desormeaux explica que es un episodio muy cuestionado porque se trata de uno de los mayores hitos de la humanidad y esto lo convierte en el blanco perfecto para las teorías del complot, ya que acogerse al beneficio de la duda en esta parte de la historia hace tambalear al núcleo de una institución tan poco cuestionada como es la ciencia. 

Cincuenta años pasaron desde que Armstrong –encarnando al mundo occidental- se convirtió en el héroe. Las viejas teorías conspirativas siguen dando vueltas a la vez que aparecen otras nuevas que alimentan las razones para hacer dudar a los más escépticos. Sin embargo, la periodista Amanda Hess -experta en temas de internet- hace una puntualización que diferencia las viejas y las nuevas teorías, o más bien a quienes las inventaron en la década de los setenta y entre quienes las inventan hoy. Ella dice: “El punto no es si la conspiración es real o no. El punto es que es divertido y estimulante. Los teóricos de conspiración más clásicos estaban motivados por la desconfianza en las autoridades, o por el sentimiento de falta de poder en el ámbito social. Pero los teóricos de hoy desarrollan sus teorías con un impulso mucho más sencillo: están aburridos”.

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