Tregua humanitaria

Un estado de calamidad extrema requiere de un espíritu de grandeza y que los países influyentes del Consejo de Seguridad de la ONU –que son quienes tienen el poder real para empezar a revertir esta dramática situación–, estén a la altura de las circunstancias. 

Susana Raffalli, una asesora humanitaria internacional, que ha trabajado para la Cruz Roja, la Unicef y la ONU, estima que en Venezuela entre seis y ocho millones “viven en estado de desnutrición”, en un país con una población estimada en 31 millones aproximadamente.  

La FAO, por su lado, asegura que entre 2016 y 2018, alrededor de 21% de la población venezolana estaba desnutrida; en 2013, cuando Nicolás Maduro llegó a la presidencia, ese guarismo era de 6,4%.

Según un artículo de diario Financial Times, publicado en El Observador del fin de semana pasado, un gran porcentaje de la población venezolana subsiste con entre 1.500 y 1.900 calorías por día. Un adulto activo necesita de unas 2.300 calorías para mantenerse saludable. También recoge otros datos escalofriantes: el peso y la estatura de los niños venezolanos han caído significativamente por debajo del promedio de poblaciones comparables y sufrirán “daños físicos irreversibles que van a requerir atención médica durante el resto de sus vidas”.

Ese cuadro dantesco –de un país en guerra– llevó en abril pasado a Mark Lowcock, coordinador de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (UN), a plantear al Consejo de Seguridad la necesidad de priorizar los objetivos humanitarios para atender el drama que enfrentan millones de venezolanos.

Con el dato de que unos siete millones de venezolanos necesitan asistencia humanitaria, lo que equivale a un cuarto de la población, Lowcock le propuso al Consejo de Seguridad “separar los objetivos políticos y humanitarios” para poder dar una respuesta inmediata a las calamidades del país.

Pero el juego de la política está por encima de la crisis humanitaria. Particularmente China y Rusia, dos poderosos miembros permanentes del Consejo de Seguridad, que apoyan al régimen de Maduro, no favorecen una alternativa que priorice el aspecto humanitario sobre el político. 

Las conversaciones entre funcionarios del gobierno estadounidense de Donald Trump y el influyente chavista Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, abren un atisbo de esperanza para encarrilar un plan de emergencia como el que plantea Lowcock. 

Esto no quiere decir que haya que dejar a un lado la necesaria transición política y la convocatoria a elecciones libres y limpias. Pero hoy se impone una tregua humanitaria con un plan internacional que ayude a los millones de venezolanos que, además de hambre, padecen de enfermedades prevenibles como tuberculosis, difteria, sarampión y malaria; carecen de asistencia médica; o no acceden al agua potable.

El pueblo venezolano necesita de la misericordia de todos.