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Trump y los enemigos desafiantes

Corea del Norte, Irán y Venezuela se enfrentan al presidente de EEUU, convencidos de que no está listo para usar la fuerza militar contra ellos.
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19 de mayo de 2019 a las 05:00

Por David E. Sanger y Edward Wong

Tres países que desde hace mucho se han definido como rivales acérrimos de Estados Unidos —Corea del Norte, Irán y Venezuela— decidieron la semana pasada que podían enfrentarse al presidente estadounidense, Donald Trump.

Cada uno está apostando a que Trump no es ni un negociador experimentado ni está listo para usar la fuerza militar como lo afirma. Cada uno también plantea un desafío drásticamente distinto para un presidente que tiene poca experiencia en el manejo de crisis internacionales; que ha tenido problemas para encontrar el equilibrio adecuado de diplomacia y coerción, y quien no siempre ha sido congruente al definir su política exterior.

El enfrentamiento con Irán parece ser el más volátil en este momento, pues las tensiones aumentan día con día. Ese enfrentamiento se ha gestado desde que Trump decidió hace un año salir del acuerdo nuclear con Irán. Teherán anunció una retirada parcial propia a principios de mayo, y amenazó con continuar la producción de combustible nuclear a menos que Europa actúe para socavar las sanciones estadounidenses que han devastado los ingresos petroleros de Irán.

El anuncio puso a los líderes europeos en la poca envidiable posición de elegir entre Irán o Trump, a quien culpan de destruir un acuerdo que, según ellos, estaba conteniendo con éxito la amenaza nuclear del país.

Cuando los funcionarios norcoreanos determinaron que no estaban obteniendo lo que querían de Trump después de dos cumbres, comenzaron a lanzar misiles balísticos de corto alcance. Las dos pruebas a principios de mayo parecían señalar que si el presidente no regresa a la mesa de negociaciones, su diplomacia personal con Kim Jong-un, el líder norcoreano, podría regresar a su antiguo modo hostil. No obstante, Trump parece estar tan decidido a hacer que su diplomacia distintiva sea un éxito que le dijo a Político que no “consideraba la situación una violación de confianza, para nada”, aunque había dicho el día anterior que “nadie está feliz” respecto a las pruebas.

Además, en Venezuela, el presidente Nicolás Maduro permanece en el poder a pesar de las iniciativas de Estados Unidos para atraer a funcionarios militares a la oposición. Trump está furioso porque las estrategias ideadas por John Bolton, su asesor de seguridad nacional, y el secretario de Estado Mike Pompeo no han podido derrocar al líder venezolano, dicen asistentes.

Los problemas de Trump con los tres países revelan un patrón común: la adopción de una postura agresiva y maximalista sin un plan claro que ejecutar, seguida de una falta fundamental de consenso en la administración acerca de si Estados Unidos debe ser más intervencionista o menos.

Las mismas opiniones del presidente difícilmente están escritas en piedra. Los funcionarios de la Casa Blanca dicen que esto mantiene a sus enemigos desestabilizados, pero tiene el mismo efecto entre los aliados y dentro de su gobierno.

En contra de las recomendaciones de los altos funcionarios de inteligencia y del Pentágono, Bolton y Pompeo presionaron para que Trump designara el mes pasado a una rama de las fuerzas militares iraníes como un grupo terrorista, la primera vez que Estados Unidos lo ha hecho en contra de una parte de otro gobierno. El Pentágono y los funcionarios de inteligencia habían advertido que Irán podría tomar represalias en contra de los soldados o los operativos estadounidenses en la región.

Sus preocupaciones quizá se estén volviendo realidad en este momento: el fin de semana antepasado, los funcionarios de inteligencia y de las fuerzas militares dijeron que habían determinado que Irán o sus milicias aliadas posiblemente estaban planeando actos violentos en contra de los soldados estadounidenses de la región. El análisis secreto provocó que el gobierno de Trump acelerara el movimiento de un grupo de ataque con portaviones y bombarderos al golfo Pérsico.

Después de un viaje de emergencia el  martes  7  a Bagdad, Pompeo dijo que había hablado con los líderes iraquíes sobre “amenazas muy específicas” que tuvieron “acerca de actividad iraní que se estaba llevando a cabo y que ponía en gran riesgo” a sus centros, así como a los hombres y mujeres que están en servicio en Irak.

Además, deshacerse de un acuerdo de contención nuclear al que se llegó mediante un proceso de negociación de años por parte de diplomáticos profesionales ha conducido a la reacción que tuvo Irán la semana pasada: reactivar sus ambiciones nucleares, desafiar las advertencias de Estados Unidos acerca de que Teherán no podía violar el acuerdo y retirarse, aunque así lo había hecho Washington.

El anuncio del presidente Hasán Rohaní el miércoles 8 de que Irán se retiraría de parte del acuerdo nuclear de 2015, a pesar de la exhortación de los países europeos a ignorar las provocaciones de Trump y apegarse al acuerdo, implica que Teherán podría comenzar de nuevo un programa para desarrollar un arma nuclear.

Las sanciones impuestas por Washington tras su retirada del acuerdo nuclear han ayudado a paralizar la economía de Irán y frenaron su financiamiento de las milicias árabes, pero sus metas nucleares siguen impávidas.

“Veo que es una política de irrupción sin ningún plan de remplazo”, dijo Dalia Dassa Kaye, directora del Centro para Políticas Públicas del Medio Oriente en RAND Corp., un grupo de investigación. “Hemos perdido la influencia que podríamos haber tenido al quedarnos en el acuerdo y negociando términos más fuertes con aliados europeos de nuestro lado”.

Mohamed Javad Zarif, el ministro de Relaciones Exteriores de Irán, dijo que Estados Unidos no ha podido mostrar que es un “socio confiable” debido a la retirada de Trump del acuerdo de 2015 y otros acuerdos. Si Trump quiere negociar, Zarif dijo en una entrevista reciente con The New York Times, debe comenzar por unirse de nuevo al acuerdo nuclear con Irán.

Corea del Norte también ha tenido problemas para negociar con Trump. Después de un esfuerzo fallido en Hanói, Vietnam, en febrero, para hacer que Trump levantara sanciones extensas en contra de Corea del Norte, Kim despidió a su equipo de negociaciones.

No obstante, Kim tiene una gran ventaja: puesto que no hay un trabajo de campo cuidadoso por parte de los diplomáticos estadounidenses, Corea del Norte nunca tuvo que acordar frenar su producción nuclear y de misiles antes de comenzar el diálogo. Eso significa que Kim ha acrecentado su arsenal durante el año pasado, por lo que ahora es más difícil que Trump alcance su meta definida de deshacerse de las armas nucleares de Corea del Norte. Además, en cualquier caso, las 30 a 60 ojivas nucleares del país le dan una ventaja considerable.

Eso quizá explique por qué los iraníes también están amenazando con continuar la producción.

“Los iraníes no tenían ni tienen armas nucleares”, dijo William J. Burns, secretario adjunto de Estado en el gobierno de Barack Obama y que tiene una carrera de 33 años en el servicio diplomático; fue quien comenzó conversaciones indirectas con Irán en 2013. “Los norcoreanos tienen decenas y están expandiendo su capacidad para crear más”.

Burns reconoció que depender únicamente de la presión de las sanciones para frenar a Kim no funcionó en el gobierno de Obama y dijo que Trump estaba en lo correcto al involucrarse diplomáticamente con el líder norcoreano. No obstante, agregó que la falta de diplomacia estructurada implicaba que Corea del Norte no estaba más cerca de adoptar la desnuclearización ahora de lo que lo estuvo al final del gobierno de Obama.

Redactar el equivalente al acuerdo nuclear de Irán, dijo Burns, “sería algo muy serio, pero eso no se hace solo mediante cumbres”.

Ahora que la improbable afinidad entre Trump y Kim parece estar llegando a su límite, cada uno está esperando que el otro se ponga nervioso o haga una concesión. “Respecto de Washington y Pionyang, cada uno cree que tiene el balón en su lado de la cancha”, dijo Joseph Yun, exrepresentante especial para Corea del Norte. “No creo que haya movimiento pronto”.

La presión a favor de un cambio de régimen en Venezuela ha tenido un trayecto similar.

Aunque los funcionarios estadounidenses apoyaron a Juan Guaidó, el líder opositor, cuando intentó comenzar un levantamiento culminante la mañana del 30 de abril, Maduro logró reunir el apoyo de líderes militares. Para cuando llegó la noche, quedó claro que Maduro se aferraría al poder.

A Estados Unidos se le están acabando las opciones para forzar un cambio ahí. El martes 7, el vicepresidente Mike Pence anunció una nueva táctica progresiva: el gobierno consideraría la suspensión de sanciones para los funcionarios venezolanos que rechacen a Maduro. Pero eso no ha llevado a deserciones importantes.

En cambio, Maduro y sus simpatizantes aún están gritando una consigna que sin duda se traduciría bien en persa y coreano: “Yanqui, vete a casa”. 

 


 

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