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Un debate entre cervezas, gritos de gol y ansiedad por conocer el rating

Así se vivió la jornada en un local comunista, un hogar talvista y el set de televisión
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15 de junio de 2019 a las 05:04

Por Guillermo Losa, Santiago Soravilla y Martín Tocar

De un lado, dos paquetes de listas de la 1001 sostienen un televisor plasma prestado especialmente para la ocasión. Del otro, una columnera de la 85600 de Ernesto Talvi y Ope Pasquet decora la repisa del mueble que contiene la pantalla. En la mesa de un viejo local en Parque Batlle hay dos envoltorios semivacíos de galletitas Chiquilín; hay cerveza, fernet, whisky y refrescos para acompañar las hamburguesas. En el piso nueve de un apartamento en Pocitos, la mesa está servida con jamón cortado, longaniza, pan, papitas fritas y cubos de queso con cerezas. Hay jóvenes que visten buzos con la hoz y el martillo, hay quienes lucen remeras con la cara de Batlle y Ordóñez. Hay banderas del Partido Colorado y posters del Che. Hay, en ambas casas, una misma tensión. 

La escena bien podría ser la de un grupo de amigos listos para ver un partido de fútbol. Pero la cancha queda sobre la avenida Paraguay y tiene lo que cualquier set de televisión.

–¡Dos minutos!–, grita una productora en el estudio de Canal 4, y los asesores se sientan en el banco de suplentes. El reloj se acerca a la hora del comienzo, pero en el apartamento de la calle Francisco Muñoz al diputado Pasquet le preocupa más lo que anuncia el meteorólogo. “Es el hecho político más importante del día. Si mañana llueve no podemos salir a repartir listas”, explica el experiente dirigente a una decena de jóvenes ansiosos por ver su primer debate en televisión.

El silencio se rompe con un grito de aliento cuando finalmente comienza el debate y el conductor Daniel Castro presenta Óscar Andrade y Ernesto Talvi. Al alboroto del arranque le sigue un silencio atento. Pasquet se incorpora en el sillón, y varios acercan la cara a la pantalla.  Escuchan sin interrumpir la respuesta de Andrade en la que defiende la última década de gobierno frenteamplista, y hasta valoran la forma en la que el precandidato comunista expone su punto de vista. 

Cuando le toca el turno a Talvi la atención es total. El economista señala que el Frente Amplio supo administrar la bonanza hasta que “en los últimos cinco años se terminó la suerte” y hubo que “administrar la escasez”; critica  la pérdida de puestos de trabajo, el aumento del gasto y el incremento de los homicidios. Dice que el “Frente Amplio es un proyecto político agotado”. 

–¡Muy bien!–, dice Francisco Vernazza detrás de las cámaras, y levanta su puño derecho. El “publicista de los presidentes”, que asesoró a Julio María Sanguinetti en el recordado debate de 1994, ahora está detrás de la imagen del economista que quiere dar la sorpresa y vencer al dos veces mandatario.

En el local de la Juventud Comunista varios escuchan al precandidato colorado esperando un mínimo traspié que justifique una burla. Le gritan “tecnócrata”, y “alcahuete”, pero otros lo analizan al detalle, se ponen en los zapatos de Andrade y ensayan posibles respuestas. 

–¡¿En serio ponés a Paraguay como ejemplo?!–, gritan desde la tribuna cuando el economista enumera países con mejores resultados que Uruguay “en los últimos años”. Andrade, a distancia, toma la sugerencia y contraataca. “Que me digan que Paraguay avanza, cuando la mitad de los trabajadores allí no alcanza el mínimo nacional y 78 de cada 100 están fuera de la caja, demuestra el país que defiende la oposición”, suelta el sindicalista.

En la barra de Avenida Centenario suenan las monedas que dejaron los tragos y la parrilla, mientras la discusión navega hacia el pasado antes de salir de fronteras. Cuba y Venezuela se adueñan del debate y en el Parque Batlle levantan sus puños cuando Andrade reivindica la solidaridad de La Habana con los ojos de miles de uruguayos. En Pocitos los aplausos los recibe Talvi al condenar las violaciones de los derechos humanos “vengan de dónde vengan”. 

Elogios

Los hinchas del economista no tardan en reconocer las virtudes del contrincante. Ante la pregunta sobre relaciones laborales, Andrade saca a relucir su chapa de dirigente sindical. “¡Es bueno, qué lo parió!”, comentan en Pocitos. “En esta jugamos de local”, destacan en la tribuna comunista. “No está contestando la pregunta, pero está muy bien”, reflexiona uno de los jóvenes. 

Talvi sabe que está en el terreno cómodo de su rival y por eso tiene una jugada preparada que provocará la mayor ovación de la noche en la calle Francisco Muñoz. “Creo que a un batllista no le van a enseñar ustedes cómo se protege a los trabajadores”, suelta ante las cámaras y la complicidad de Vernazza, que recita la frase en simultáneo. Los militantes colorados se ponen de pie para celebrar el golpe.

En el entretiempo se libera la tensión. Varios aprovechan para ir al baño o a fumar. Vernazza insiste en conocer el rating y se lo vuelve a reclamar al director del informativo, Gonzalo Terra. El publicista tiene un objetivo claro: que la gente conozca a su candidato. Andrade luce más distendido, bromea con “cómo la lleva ese doctor”, charla con Gabriel Mazzarovich, uno de sus asesores, y abraza a su pareja.

Mientras tanto, en Parque Batlle, los jóvenes comunistas le bajan el volumen a la tanda publicitaria y se lo suben a su jingle electoral. Dos muchachas, cerveza en mano, se funden en un abrazo nervioso y acompañan la canción. “A la izquierda late el corazón / Seguimos cantando con la misma pasión / Los sueños con Andrade van por más / La historia te pide que no vuelvas atrás”.

Detrás, en la pantalla silenciada, Talvi y Pasquet sonríen a cámara.  “Están en todos lados”, dice alguien en la casa de Pocitos. La primera vez que se ve el aviso hay aplausos. A la quinta o sexta vez, el asunto se toma a broma. “Esto ya es spam. ¿Cuánto pusiste Ope?”, le preguntan al diputado. “Andrade vino preparadísimo, y a Ernesto lo vi muy bien”, reconoce Pasquet, que escucha al resto arriesgar resultados parciales. “Creo que vamos dos a uno ganando”, dice uno, aunque todos reconocen el don de su adversario. “Es bolche, eso sí, pero de los bolches es el mejor orador”, dice otro militante. 

Al cabo de unos quince minutos, la imagen vuelve a los estudios de Canal 4. Para el segundo bloque la atención inicial se disipa y varios agachan la mirada hacia el celular. La discusión también pasa por allí. “Acuérdense de tuitear con el hashtag #AndradeDebate”, pide un militante que recoge en su computadora las mejores frases del precandidato. 

“Se va a llevar nuestros hijos a Chile”, bromea una joven cansada de las constantes referencias de Talvi a ese país. “Los chilenos son todos asesinos”, grita alguien desde lejos. “Y además tienen solo dos Copas Américas”, acota un tercero. 

Talvi tiene tres minutos para exponer los temas más urgentes, pero no menciona la educación y en Pocitos se agarran la cabeza. “¿Y los 136 escuelas modelo? ¡No dijo lo de las escuelas modelo!” advierte uno de los militantes, al que le vuelve el alma el cuerpo cuando su precandidato le da el gusto en la réplica. 

El mensaje final de Andrade deja al borde del llanto a varios de los jóvenes que llenaron el comité y que se permiten una carcajada cómplice ante el furcio del precandidato, quien comenta sobre la “histórica” oportunidad de que un albañil acceda a la “vicepresidencia”. Talvi cierra diciendo que va “por un pequeño país modelo” y recibe aplausos en el apartamento. Tras el debate, los militantes hacen su balance entre sorbos de cerveza y alguien dice que quizás le hubiera gustado una referencia al costo de ANCAP o a la renuncia de Sendic. Otro alega que se evitó el enfrentamiento y que el resultado es bueno. “Ambos ganaron” concluyen antes de despedir a Pasquet. 

Del lado contrario el análisis del juego da pie a una competencia para ver quién convenció a más familiares de votar a Andrade. 

Y entonces llega el precandidato. Viene directo del canal y llega con su pareja y otros compañeros de su comando. “Vine a tomar algo”, les dice a los muchachos que hace minutos celebraban sus respuestas frente al televisor y que recién lo recibieron al grito de “Óscar presidente”. Sus gestos son los de quien siente que ganó. Se apoya contra la pared y sonríe para las fotos. Lamenta sus furcios –”no sé de dónde salió eso de la vicepresidencia”, comenta– y haberse quedado con un dato que desarmaba un argumento de su rival. “Tenía el número preparado pero justo lo dijo en el mensaje final”, dice tirándose de la barba. Luego le quita importancia, abre una lata de cerveza y se deja llevar por el reclamo de unas últimas palabras. 

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