Opinión > EDITORIAL

Un deber ético

La austeridad debe ser una de las prioridades del próximo gobierno
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12 de junio de 2019 a las 05:03

El fragor electoral pudo opacar una reflexión, más filosófica que política, del candidato a las internas presidenciales del Frente Amplio el exintendente de Montevideo Daniel Martínez sobre la necesidad ética de tener una conducta austera en el ejercicio de gobierno, que no podemos más que compartir. 

La incongruencia del gasto público en relación a la economía es uno de los grandes males históricos del país, por más que en algunos períodos de gobierno se haya logrado un mejor resultado fiscal. El Estado uruguayo siempre ha gastado muy por encima de sus posibilidades, una tendencia que empeora en los ciclos electorales.

“Algunos plantean la austeridad (pero) es un deber ético y moral, hay que hacerlo asumir por todo funcionario público, sea el presidente de la República, sea un ministro, un intendente, un director de departamento de la intendencia o el funcionario de menor escala. (Todos) tienen la obligación de no despilfarrar, de gastar lo que corresponde, evaluar si logra la meta que estaba planteada”, dijo el postulante socialista durante un mitín político en la capital del departamento de San José, la semana pasada. 

Lamentablemente, el segundo gobierno del presidente Tabaré Vázquez, que finaliza el próximo 1° de marzo que pertenece al mismo partido que Martínez, no ha tenido ese lema de cabecera y, menos aun, en el presente año electoral. 

El último dato de déficit fiscal muestra una curva de pendiente ascendente de 4,8%, una tendencia que ha recibido observaciones negativas por parte del Fondo Monetario Internacional, de agencias de calificación crediticia y de reconocidos economistas que coinciden en que, sin una mejora en esta variable, se afectará la marcha de la economía y el potencial de crecimiento, siempre sensible al manejo adecuado de los indicadores macroeconómicos. En general plantean una adecuación profunda y urgente de la estructura del gasto público, particularmente a través de una reforma de la seguridad social.

Ello ocurre por gobernantes que caen en la perniciosa equivocación de gastar mucho más de lo que ingresa al Estado debido a la implementación de políticas que no tienen su imprescindible financiamiento o por continuar con una estructura institucional que no refleja los cambios que hubo en los factores sociales y económicos del país.

Nos parece que la actual administración, que ha tenido un mal manejo de las cuentas públicas, ha quedado presa de sectores que subestiman el impacto fiscal de determinadas políticas o sienten temor a la eventual pérdida de apoyo popular por medidas de austeridad como le acaba de ocurrir al primer ministro de Grecia, el izquierdista Alexis Tsipras.

Pero no tomar las medidas en tiempo y forma también deja secuelas que son palpables para el electorado. La falta de empleos de calidad, las dificultades para conseguir trabajo y la insuficiencia de inversión privada son tres problemas concretos que afectan a todos. 

Gane quien gane en el próximo período de gobierno, esa suerte de austeridad republicana de la que habla Martínez, como condición ética de la política, debería materializarse en reformas que ataquen en serio la fragilidad de las cuentas públicas. Sin ello el país no tendrá la mínima fortaleza para poder avanzar ni podrá proyectar un mejor porvenir a las generaciones más jóvenes.

 

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