En la temporada 2004-2005, en la cual salieron campeones los Spurs de San Antonio tras derrotar a los Pistons de Detroit en siete partidos, en la NBA hubo jugadores de los siguientes países: Alemania, Argentina, Belice, Brasil, Canadá, China Congo, Corea del Sur, Croacia, España, Francia, Georgia, Grecia, Haití, Holanda, Inglaterra, Islas Vírgenes, Latvia, Lituania, México, Nueva Zelanda, Nigeria, República Checa, Republica Dominicana, Polonia, Puerto Rico, Rusia, Senegal, Serbia y Montenegro, Eslovenia, San Vicente y Granadinas, Sudan, Turquía, y Ucrania. Desde entonces, la NBA, posiblemente la competencia deportiva profesional más intensa y atractiva de estos tiempos, se ha convertido en una especie de ONU para jugadores talentosos que quieren conseguir estelaridad donde el dinero se paga por millones. Es tanto, que no se cuenta, se pesa.
En la NBA, a diferencia de las grandes ligas mundiales de fútbol donde los resultados casi todas las fechas son avaros y con predominancia de empates a cero o a uno, las espectacularidades son diarias. Basquetbolistas de todos los continentes participan de ese festival prodigioso y multirracial, de anatomías ágiles y con técnicas depuradas siempre al borde del embelesamiento. Fue a partir de la temporada 2004-2005, con la consagración rutilante del argentino Manu Ginobili, que los estadounidenses se dieron cuenta que los astros negros Made in USA ya no tenían predominancia absoluta en el perímetro. Las cosas han cambiado para mejor y la plural etnia de la NBA resulta un ejemplo contundente de los tiempos multiculturales en los que vivimos.
Así pues, a pesar del panorama inclusivo en cuanto a jugadores venidos de fuera y que convierten a la duela cada noche en una postal exótica, la NBA sigue sin abrir las puertas a entrenadores extranjeros. Resulta extraño. El argentino Rubén Magnano, quien llevó a la selección de su país al subcampeonato mundial en Indianápolis y a la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de 2004, debería haber tenido su oportunidad, pero esta nunca llegó. Ni siquiera cuando había que reemplazar a mitad de temporada a un técnico que había fracasado, y siempre fracasan muchos, su nombre llegó a sonar. Ahora, en lo que parece una situación insólita para el básquetbol uruguayo por el prestigio del profesional contratado, Magnano llegó a nuestro país a hacerse cargo de la selección. Es como que Pep Guardiola o Jupp Heynckes llegaran de manera imprevista a dirigir a la celeste.
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