Un programa para el Agro

La campaña electoral comenzó. Entre las variadas informaciones con la que nos habrán de inundar los medios estarán los programas de gobierno de los partidos políticos, una especie de contrato que, al menos teóricamente, obligará al ganador a determinadas acciones como forma de “pago” por el voto prestado.

Es probable que ni el más involucrado actor político sea capaz de sostener una gravitación relevante de los programas escritos para definir el resultado de una elección, porque es un hecho que la cantidad de sufragantes que leerá este material es despreciable.

Sin embargo, la profesionalidad, precisión y pragmatismo del programa serán cruciales determinantes de la suerte que habrán de correr los diferentes sectores de la economía en caso de triunfar.

Es poco probable que un gobierno electo aporte solución alguna si su programa fuese redactado mirando únicamente la utilidad electoral.

En un universo que limitaremos a la jurisdicción del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, lo primero a tener en cuenta es la existencia de dos situaciones históricas y contratantes en el conjunto de las empresas del sector. 

En un primer grupo que llamaremos “exportadores” incluimos a los rubros cuyo mercado está fuera de la frontera. Por definición, en este grupo se encuentran los sectores históricos ganaderos, agrícolas de secano y la pesca a los que se les agrega la forestación desde fines del siglo XX.

Estos sectores  tienen una enorme competitividad y resiliencia, porque dependen mucho más de las ventajas naturales del país que de la caridad estatal.

En un segundo grupo que llamaremos “domésticos” se encuentran los sectores intensivos, en los que el factor tierra es menos importante que el trabajo, el capital y la productividad. Típicamente la granja en sus producciones vegetal y animal así como la vitivinicultura, el arroz y cierto tipo de lechería se pueden incluir en este grupo. Su competitividad exportadora es casi nula por la composición burocrática de sus costos y su existencia está vinculada a la “sensibilidad” estatal y sus decisiones. 

Unos y otros están hoy acosados por una política agropecuaria dejada en manos del sector más radical de la izquierda en el gobierno. El resultado, luego de tres períodos, es que los exportadores se encuentran jaqueados por un notorio atraso cambiario y por impuestos ciegos sin vinculación alguna con la rentabilidad.

El tratamiento parasitario del Estado hacia este grupo no es de ahora. Toda la vida se extrajeron de él recursos genuinos para apoyar a otros más intensivos en mano de obra (léase en votos) y asegurar así un desarrollo del país más “equilibrado”. 

Frente a este tratamiento, la respuesta previsible en estos sectores es la baja en la inversión, el aumento de la extensividad y la espera hasta que aclare como otras tantas veces.

Los sectores domésticos en cambio tienen su espada de Damocles en el costo de los combustibles, energía eléctrica y mano de obra, que los vuelve inviables en su competitividad y mendigos de la excepción a la norma en la voracidad de un Estado insaciable cual marinero borracho.

Lamentablemente, cuando la crisis es de tal magnitud que la limosna oficial no soluciona los problemas, la única respuesta posible es la desaparición y cierre de miles de empresas pequeñas y familiares. 

Frente a este punto de partida, cuando el lector tenga en sus manos la propuesta de los partidos para el sector agropecuario, deberá prestar especial atención a la filosofía del documento. Todo lo que no sea dejar de molestar al sector exportador o ayudar al doméstico a pararse sobre sus propios pies será más de lo mismo para el Uruguay que necesita de todo su sector agropecuario creciendo, si quiere abandonar el subdesarrollo. 

Sí, así de simple, en este capítulo del programa de gobierno de los partidos se define el ascenso de Uruguay a las grandes ligas.