Anthony Blinken y Xi Jinping

Opinión > TRIBUNA

Una ‘détente’ no tan sencilla

El gobierno de Joe Biden ha comprendido que continuar con la política de confrontación con China de Donald Trump fue un error y es hora de bajar un cambio. Pero como su secretario de Estado acaba de comporbar, eso no es tan sencillo
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23 de junio de 2023 a las 05:02

Finalmente prevaleció, entre los policymakers y estrategas de la Casa Blanca, la idea de la distensión en la relación con China como proponía el consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan. Dejémosla en “reducir los riesgos” (“de-risking”), aconsejaba bien el consejero, en vez del “desacople” del gigante asiático que impulsaban los halcones.

La “détente de Sullivan”, como la ha llamado Niall Ferguson, no era realmente una conclusión muy difícil a la que arribar. Con Beijing decididamente lanzado a la carrera de promoverse como una alternativa menos injerencista al “orden internacional basado en normas” liderado por Washington -habiendo logrado desde una impensada reconciliación entre Irán y Arabia Saudita, hasta el favor de los países africanos más gravitantes, pasando por una propuesta de paz para Ucrania y el ofrecimiento de mediar en el conflicto palestino-israelí-, por fin parece haber quedado claro para todos en Washington que no es posible simplemente aislar a China reclamando una superioridad moral que Kissinger, precisamente en su formidable libro ‘China’ (Debate, 2012), llama el “mesianismo estadounidense”. (¡Lectura obligada!)

Si a todo ello le sumamos además que el 2022 fue el año de mayor comercio de la historia entre China y Estados Unidos, más las presiones de los grandes de la industria estadounidense para retomar el “business as usual” con Beijing, la idea del desacople era sencillamente una quimera.

Uno de los que más se oponía a la distención con China era el secretario de Estado, Antony Blinken. Pues a él mismo fue a quien enviaron a Beijing a iniciar la distensión. Son esas cosas que tiene el establishment de Washington, que cuando uno pierde el debate interno sobre una medida determinada de política exterior, es a ese mismo a quien mandan a defender la política definitiva, una manera de declarar que no hay vencidos ni vencedores y así evitar los resentimientos entre jerarcas.

Pero en este caso no parece haber sido la mejor decisión. Por supuesto que Blinken hizo todos los deberes a pie juntillas como buen burócrata de la “puerta giratoria” que dicta las políticas de la superpotencia: se reunió con el jefe de la diplomacia china, Wang Yi, con el ministro de Relaciones Exteriores, Qing Gang, y finalmente logró sentarse también con el presidente Xi Jinping, reunión esta que Beijing tardó en confirmar hasta último momento.

Allí Blinken dijo todo lo que nunca había dicho: la necesidad de aliviar las tensiones, evitar la confrontación, que EEUU no apoya la independencia de Taiwán, habló específicamente de “reducir los riesgos” en lugar de “desacoplar” y hasta citó a la secretaria del Tesoro Janet Yellen, quien había sido rotunda al afirmar que el desacople de China era “un desastre para la economía de los Estados Unidos”.

Pero el secretario de Estado no convencía, su boca pronunciaba unas palabras que sus gestos no acompañaban; parecía como si le doliera tener que decir todo aquello a lo que antes se había opuesto. Y así, no logró ninguna sintonía con sus interlocutores chinos; no hubo química. No debe uno comparar las imágenes de la reunión entre Blinken y Xi con la de Kissinger y Mao, o Kissinger y Zhou Enlai -un hito de la diplomacia y las relaciones internacionales- para saber que no le fue bien. Basta con compararlas con el recibimiento que el propio Xi le hizo días antes a su “viejo amigo” Bill Gates.

En el balance de su viaje, queda apenas un atisbo de inicio de entendimiento y mucha desconfianza.

La frutilla de la torta la puso Biden al día siguiente. Preguntado acerca del bochornoso episodio del supuesto globo espía chino en febrero pasado, el presidente dijo que todo el problema fue que Xi se sintió “avergonzado” porque no sabía que el dirigible estaba allí. “Y eso es lo que más avergüenza a los dictadores, cuando no saben que algo pasó”, remató. Y se explayó en un relato bastante dudoso (Biden siempre fue famoso en Washington por tener una relación proverbialmente elástica con la verdad) según el cual, el globo había sido desviado por el viento cuando sobrevolaba Alaska y Xi no lo supo hasta que fue derribado por Estados Unidos.

Estos comentarios desataron la ira de Beijing. En los medios occidentales, se dijo que lo que molestó en China fue que Biden calificara a Xi de “dictador”; pero si recordamos el episodio del globo y escuchamos o leemos bien la respuesta del vocero chino Mao Ning, es evidente que lo que molestó fue la versión de los hechos que dio Biden.

Sea como fuere, lo mucho o poco que pueda haber logrado Blinken en su visita parece haberse evaporado en cuestión de horas. Y Beijing sigue con la agenda de expansión de su poder blando como si nada hubiera pasado. Sigue recibiendo líderes de todos los puntos cardinales: antes de esto había recibido a Lula, a Macron, al español Pedro Sánchez y a varios jefes de Estado del Asia Central. La semana pasada extendió también la alfombra roja para la presidenta de Honduras, Xiomara Castro, cuyo país acababa de romper relaciones con Taiwán. Y seguirá recibiendo a los pesos pesado de la industria estadounidense, desde Bill Gates, Elon Musk y Tim Cook para abajo.

Por si fuera poco, China acaba de lanzar la Iniciativa Civilización Global (GCI, por sus siglas en inglés), un ambicioso proyecto global de Xi para “cultivar el jardín de la civilización mundial”, que los medios chinos han llamado “Xivilización”, en un juego de Scrabble bastante tosco. Pero con ello podemos decir que si hay un “mesianismo estadounidense”, el “mesianismo chino” tampoco se queda atrás.

El Wall Street Journal ha revelado también la supuesta intención de Beijing de instalar una base de espionaje en Cuba. Aunque esta información habría que tomarla con pinzas, queda claro que las tensiones entre ambas superpotencias no se han aliviado. La administración Biden ha entendido que continuar con la política de confrontación con China de Donald Trump fue un error y no conduce a ninguna parte; es mucho más lo que perjudica a EEUU que lo que lo beneficia. Pero después de tres años de eso y de toda la retórica del desacople y el contencioso por Taiwán, es mucho lo que todavía queda por restañar.

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