Una mentira repetida 100 veces

Como ocurre normalmente en esta vida. Manchar con una mentira es rápido, barato y devastador. Comprobar su falsedad es lento, costoso y escaso en la reparación del daño. Algo así estamos viendo respecto a la acusación que la ganadería ha recibido sobre su contribución al aumento del calentamiento global mediante la emisión de Gases de Efecto Invernadero (GEI).

En el año 2009  la FAO sacó a la luz una publicación llamada La larga sombra del ganado, en la que acusaba a la ganadería de un 18% de las emisiones a nivel mundial, esto es más que todo el parque automotor mundial quemando combustibles fósiles.

Esta publicación fue un factor decisivo para el desarrollo de la carne de laboratorio, para la carne vegana y, lo que es peor, para la siembra de semillas en los niños sobre el daño que le hacían al planeta cada vez que comían carnes rojas. Poco tiempo después, la FAO rectificó sus cálculos bajando la incidencia probable a un 14%, lo que aun resulta un número estremecedor.

Entre las primera objeciones recibidas desde la academia, se critica el hecho de publicar como contribución al cambio climático únicamente las emisiones sin contar con la cantidad de carbono que las plantas que las vacas pastan retiran de la atmósfera a través de la fotosíntesis que no se produciría de no haber un corte renovado de las hojas de las gramíneas.

Como es habitual, la academia estadounidense enfrentó científica y rigurosamente el tema para los sistemas ganaderos de Estados Unidos. Un equipo  del USDA Agricultural Research Service encabezada por Alan Rotz acaba de publicar los primeros resultados de la investigación en el Journal Agricultural Systems, luego de cinco años de evaluación de un millar de sistemas ganaderos.

Los resultados no dejan dudas respecto a la incidencia marginal de la ganadería en las emisiones. Solo un 3,3% del total de emisiones de Estados Unidos pueden atribuirse al ganado. Estas emisiones están mayoritariamente en los sistemas de riego basados en la energía eléctrica que en Uruguay es de uso marginal y se refiere a un país con un enorme nivel de emisiones.

Otros mitos comienzan a caer a fuerza de investigación académica. La mayoría de la emisión del vacuno es metano, una molécula con mucho más efecto invernadero que el anhídrido carbono, es cierto. Sin embargo, lo que no se dice es que la vida del metano en la atmósfera es de 12 años mientras que para el anhídrido carbonico la presencia se mide en cientos de años. Esto implica que el primero, señalado como daño de los vacunos, no se acumula de manera alguna  en la atmósfera mientras que el segundo lo hace de manera continua. La carne de laboratorio por ejemplo necesita energía para su producción. Si esta energía se suministrara liberando anhídrido carbónico la solución de esta “carne limpia” sería peor que el problema a resolver.

Por último, el agua que transcurre en la producción de un kilo de carne son 3.500  litros por kilo producido. Este número se proclama como un escándalo mediático por parte del lobby vegano. En un trabajo publicado esta semana se determinó que el 98% del agua en las producciones pastoriles es denominada “agua verde”, agua que transpiran las plantas sosteniendo la función fotosintética encargada de la captura del carbono, es decir un proceso tan útil como vital para la vida en la tierra que ocurriría de cualquier manera aun sin que existiera el ganado.

Las instituciones nacionales relacionadas con la ganadería y con el medio ambiente tienen el mandato imperativo de evaluar con el máximo nivel académico disponible a nivel mundial el balance de carbono de nuestra ganadería pastoril, para certificar nuestras carnes como amigas del planeta. Se lo deben a su principal rubro de exportación y tributario durante 400 años del bienestar de los uruguayos.