Opinión > ANÁLISIS

Una noche que vale cinco años

Juegan el resultado numérico y la reacción de los primeros y los segundos
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16 de junio de 2019 a las 05:03

La noche del 30 de junio culmina la primera etapa del complejo ciclo electoral nacional, etapa especialmente compleja. Se enfrentan precandidatos de un mismo partido, que deben derrotar a sus demás compañeros, y apenas producida la derrota, obtener su apoyo para la etapa siguiente, la elección parlamentaria y primera vuelta presidencial. Pero no es solo un juego entre actores, sino que es un juego de público: ganó porque convenció a una parte de los dispuestos a votar a su partido -aunque fuere ocasionalmente- pero debe asegurar la conservación del voto de quienes siguieron a los de su propio partido que quedan por el camino; debe retenerlos y evitar que se fuguen.

Además, bastante más de la mitad del país no habrá ido a las urnas.

Entonces, esa noche se conjuga un conjunto de mensajes: el resultado cuantitativo, la reacción de cada ganador, la reacción de cada uno de los segundos y el acumulado de la discusión electoral en cada partido.

El resultado cuantitativo que importa es de un solo tipo: la proporción de votos al interior de cada partido. El comparativo entre los partidos es de nula utilidad y las experiencias anteriores demuestra que ha conducido a ilusiones ópticas.
La reacción del ganador, los mensajes verbales y gestuales, son decisivos. Así como la reacción de los segundos, del perdedor en la recta final.

Desde la reforma constitucional ha habido cuatro actos electorales de esta naturaleza (1999, 2004, 2009 y 2014) con competencia real en seis oportunidades. Ellas fueron la del Partido Colorado en 1999 (Batlle-Hierro), la del Frente Amplio en 2009 (Mujica-Astori) y las cuatro en el Partido Nacional. Por competencia real se entiende que en algún momento fue de recibo la pregunta ¿quién puede ganar?
¿Cómo fueron las reacciones? El Partido Colorado, en su única competencia real actuó de manera perfecta: apenas conocidos los resultados, salieron al balcón en plaza Independencia Jorge Batlle (ganador) como candidato presidencial, del brazo de Luis Hierro López (segundo) como candidato vicepresidencial). No es ocioso reconocer que esa prolijidad fue producto de lo hecho de manera opuesta diez años antes. En mayo de 1989 hubo una confrontación entre Jorge Batlle y Enrique Tarigo (como exponente de la corriente de Julio Ma. Sanguinetti). Ganó Batlle. La misma noche de la elección exhibió soberbia, despreció tanto a los derrotados como al líder de la fracción perdidosa, en ese entonces presidente de la República; y así el ganador esa misma noche comenzó a pavimentar la derrota que -con más hechos negativos- recogería en noviembre. Fue tal el aprendizaje, que esos 10 años después fue perfecta la noche de la elección y en noviembre alcanzó la Presidencia. No es menor resaltar que hacia 1999 la confrontación Batlle-Hierro no tuvo ninguna nota disonante, mientras que la precedente no dejó de tener notas disonantes.

El Frente Amplio, por su parte, estuvo en un escalón menor. Una confrontación electoral prolija, sin notas disonantes. Una pacífica aceptación del resultado. Tres semanas par conformar la fórmula presidencial, para que el segundo aceptase ir segundo en la fórmula.
El Partido Nacional presenta todos los modelos. El peor, 1999. La confrontación entre Juan Andrés Ramírez y Luis Alberto Lacalle llegó al plano de las afectaciones personales y en la noche electoral, el segundo no estuvo en la reunión del Directorio. El mejor, 2009, cuando apenas conocido los resultados, en reunión de Directorio se presenta la fórmula Lacalle-Larrañaga. Algo menos, 2004, cuando apenas conocido el resultado Lacalle reconoce su derrota y otorga su pleno apoyo a Larrañaga, pero esa noche no hay fórmula, y cuando la hay, el segundo no está representado. Algo menos 2014, cuando elegido Lacalle Pou, Larrañaga concurre al Directorio, felicita a Lacalle Pou y anuncia que no subirá más las escaleras de la Casa del Partido, para semanas después aceptar la candidatura vicepresidencial. La campañas electorales nacionalistas fueron lo que se reflejó en la noche de las elecciones, tuvieron la misma gradación de suavidad o fiereza.

La gente está observando las tres confrontaciones electorales, y vote o no el 30 de junio, votará el 27 de octubre. Y para la decantación final de ese voto, es muy importante las conclusiones que saque respecto a cada partido de como haya sido esta confrontación electoral, este verdadero debate electoral (porque debate es la confrontación de ideas y gestos de dos o más personas, no necesariamente presentes una frente a la otra ni en el mismo plató). Valorará cuánto quien resulte ganador actúa con sentido de unidad partidaria, de respeto a los otros o cuanto exhiba de soberbia. Valorará cuánto quienes no resulten ganador se comporten en ese debate, respeten a los otros, cuánto exhiban de soberbia o de intolerancia, cuánto pierden los estribos. Todo ello será puesto en los platillos de la balanza.

Pero sin duda valorará especialmente lo que ocurra la noche de la elección. El partido político que esa noche anuncie la fórmula presidencial tendrá un plus en la largada, quien no solo no la anuncie sino que exhiba una confrontación fuerte, tendrá un fenomenal minus. Y estará sin plus ni minus, el que no proclame la fórmula pero exhiba convivencia pacífica.

Es noche es un test decisivo. Lo que cada partido, cada candidato, haga o deje de hacer esa noche, podrá valer por los cinco siguientes años. Muchos -partidos, candidatos- esa noche fortalecerán su camino hacia una posible victoria final. Muchos esa noche comenzarán a caminar hacia la salida del escenario. Mucho dependerá del temple de cada uno, de cuánto lograrán hacer que la razón predomine sobre la pasión. Una parte no menor dependerá de la suavidad o dureza con que transcurran las semanas finales de la campaña electoral. 

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