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Venezuela, un capricho que le puede costar votos al Frente Amplio

Al Frente Amplio le cuesta demasiado dejar atrás fidelidades históricas de izquierda de los 50
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13 de julio de 2019 a las 05:00

El efecto de un ruido ensordecedor suele ser el susto y el susto genera reacciones, muchas veces negativas. ¿Cuál será el efecto del silencio ensordecedor de la negación? Más precisamente, ¿cuál será el efecto del silencio que una parte importante del sistema político uruguayo decidió adoptar para negar -con mayor o menor énfasis- que en Venezuela, dictadura o no dictadura, se violan sistemáticamente los derechos humanos?

En una elección nacional que se prevé ajustada, y que puede ser aún más apretada de lo que recién comenzaron a delinear las encuestas, temas aparentemente tan lejanos como las violaciones a los derechos humanos en un país latinoamericano ubicado en la otra punta del continente podrían terminar definiendo votos. ¿Cuántos? Unos pocos, dirán algunos. Claro que esta elección podría definirse, por primera vez en mucho tiempo, por muy pocos votos. ¿Cuán importantes son muy pocos en una contienda que precisamente podría ser decidida por muy pocos?

Parece un contrasentido que para el partido de gobierno, que por primera vez en tres lustros ve en inminente peligro su supremacía en las urnas, los niños desnutridos,  los asesinatos políticos y la rampante violación de los derechos humanos en Venezuela no se hayan convertido ya en una bandera de campaña. ¿Cuánto paga electoralmente la estrategia del silencio?

Al Frente Amplio le cuesta demasiado dejar atrás fidelidades históricas de izquierda de los 50. Está bien ser fiel, pero hay que tener cuidado de que la fidelidad no genere inmovilismo o, peor aún, que no te convierta en un retrógrado. De hecho, esa forma “vieja” de hacer política de los entonces partidos tradicionales es la que en buena parte llevó al FA al gobierno. Todo indica que en 15 años la memoria se degrada.

Los contrasentidos se suman uno sobre otro hasta transformarse en torpezas electorales. El FA de estos días tiene un desafío claro: lograr atraer a los uruguayos que no son de su núcleo más fiel, en una coyuntura en la que los politólogos detectan una corrida del electorado hacia el centro. En el centro hay gente que mira el mundo y detecta injusticias como ésta que quedó en evidencia, una vez más, en el informe que realizó de la  “gran dama de la izquierda latinoamericana” (como la definió el corresponsal del New York Times en Caracas, Anatoly Kurmanaev), la expresidenta chilena Michele Bachelet, ahora alta comisionada de la ONU. Lo que vio en Venezuela y tradujo en un documento durísimo ratifica que lo que se está viviendo allí es horroroso. No hacen falta más adjetivos calificativos.

5.287. Un número tan preciso fue el que incluyó Bachelet en su informe y es la cantidad de personas que fueron asesinadas solo en 2018 por las Fuerzas de Acciones Especiales. (FAES), un comando de la Policía Nacional Bolivariana creado en 2017 por Nicolás Maduro, el mismo grupo que envió en febrero a la frontera con Colombia,  por la que la oposición (con el apoyo de Estados Unidos) pretendía ingresar ayuda humanitaria. Si a eso se le suma la emergencia nutricional que sufren miles y miles, el éxodo migratorio incontestable que queda patente acá mismo, entonces rompe los oídos la pregunta obvia: ¿qué sentido tiene negar la realidad de un gobierno/régimen (elija usted el nombre) que no tiene en cuenta el bienestar de sus ciudadanos? Bastaría con denunciar lo que rompe los ojos, incluso recordando las criticadas sanciones que decidió Estados Unidos y que solo terminan generando más miseria. 

En la semana del segundo título de un vice o candidato a vice que no era título y de la serpiente en el café que era una “jodita”, pasó algo desapercibida una pequeña reyerta entre un periodista y el vicecanciller. Ante la pregunta de Leonardo Sarro de si Venezuela es una dictadura, Ariel Bergamino venía bien explicando que “estamos ante una situación altamente preocupante, una desvalorización del sistema democrático”. Cuando Sarro insistió (“¿Por qué le cuesta tanto la palabra dictadura?”), el vicecanciller respondió: “porque yo digo lo yo que quiero, no lo que usted quiere. Si no, no tiene gracia”. La discusión, en medio de una rueda de prensa, se extendió unos minutos más y en ese lapso Bergamino consideró que “acá no se trata de andar por el mundo poniéndole nombre a todas las cosas”. Es cierto. Solo se trata de llamar a la realidad por su nombre: Venezuela es un país donde no se vela por el bienestar de sus ciudadanos. Póngale usted el mote que más le guste y denuncie esa situación como lo ha hecho el FA innumerables veces en situaciones rampantes de violaciones a los derechos humanos.

Hay una sencilla razón por la cual una vez sí y otra también los periodistas le preguntan a los candidatos frentistas sobre la URSS o sobre Cuba (y ahora sobre Venezuela), además de levantar la tensión de las a veces apagadas entrevistas; es que llama la atención que un partido que llegó al gobierno hace 15 años y evolucionó en todos los sentidos al ritmo de la realidad constante y sonante de los problemas que debe enfrentar un gobierno, se aferre como a un salvavidas a cuestiones dogmáticas que parecen más caprichos que necesidades. A excepción de algunos históricos y de los radicales/sospechosos de siempre, son pocos los frentistas modernos que se molestarían por una revisión histórica que ya no es solo necesaria sino lógica.

Un mes antes de las internas Daniel Martínez habló del papel del Estado ante algunos cuestionamientos de asistentes a una reunión en Rodríguez, San José, sobre el papel que debe jugar el Estado. “¿Quién dijo que tiene que ser todo del Estado? Yo no estoy de acuerdo. La Unión Soviética para mí ni siquiera era socialista. Fue un desastre. Además, socialismo sin democracia no existe. Fue una vergüenza y todavía estamos pagando los horrores que hizo la URSS, porque el campo progresista terminó identificándose con una experiencia lamentable”. 

Las declaraciones del ahora candidato resultaron una brisa de aire fresco ante tantos dogmatismos, presentes en todos los partidos políticos, que empequeñecen el fin de la política. Pero la brisa se transformó en un ventarrón con mal olor, cuando Martínez tuvo que pedir casi que disculpas por decir lo que pensaba, luego de que dirigentes del Partido Comunista se manifestaran totalmente en desacuerdo con su opinión y recurrieran, de nuevo, a una dialéctica entreverada para evitar llamar las cosas por su nombre.  

"No ubicarse en el contexto, en la coyuntura que existía, es perderse gran parte de la referencia y puede derivar en conclusiones totalmente erróneas y que no son las que queremos o necesitamos en la izquierda", dijo Juan Castillo, secretario general del PCU. Lo que necesita “la izquierda” no siempre es lo que necesitan o valoran los votantes que necesita la izquierda para ganar.

El Frente Amplio no ha defendido con tanta vehemencia otros regímenes de izquierda o “progresistas”–léase Argentina con la caída de los Kirchner y Brasil con la de Dilma-. A esta altura, la discusión sobre si Venezuela es o no una dictadura podría resultar hasta irrelevante. Lo que no es irrelevante es que allí sucede lo que sucede. Lo que no es irrelevante es que el partido de gobierno de este país democrático (democracia a la cual el Frente Amplio aportó mucho más que 15 años de gobierno) comprometa ya no solo la reputación internacional sino incluso su propia chance de volver a gobernar.

 

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