Leonardo Pereyra

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Disparen contra el Indio: los infartos ricoteros y la histeria colectiva

El último concierto del Indio Solari despertó a los buitres que esperaban el tropezón
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15 de marzo de 2017 a las 05:05

Uno se desplomó por una sobredosis de drogas que bien podría haberse chutado en el cuarto de su casa. Al otro se le desplazó un coágulo preexistente que ninguna relación tenía con su pasión ricotera. Estos paros cardíacos, propiciados por el mero azar y por una simple cuestión de probabilidades, no solo mataron a dos participantes del último concierto del Indio Solari sino que parecen haber marcado el final de la carrera pública del artista e, incluso, amenazan con llevarlo a la cárcel.

La historieta es conocida. El sábado 11 por la noche, en la localidad argentina de Olavarría, el indio Solari protagonizó uno de sus recitales masivos y juntó a más de 300 mil personas en un recital de esos en los que no solo se va a escuchar música sino también a participar de los famosos pogos, un baile que consiste en empujar al espectador más cercano.

Una de esas páginas de internet que nos develan la verdad sobre casi todo, nos cuenta así las características de esa costumbre roquera: "Debido a lo enérgico del baile y a la masificación es posible acabar magullado, aunque suelen ser heridas leves, tales como pequeños hematomas o rotura de labios. Es un baile que requiere mucha resistencia respiratoria y cardíaca, y frecuentemente muscular, sobre todo si el apelotonamiento es intenso".

Todos y cada uno de los ricoteros que se apretaron contra el escenario querían participar de ese baile que sabían legal y peligroso. Por eso, recién empezado el espectáculo y pese a los ruegos de Solari, las masas más cercanas empezaron a empujar en dirección a su ídolo y pisotearon a unos cuantos que se habían caído. Hubo algunos heridos. Y, más tarde o más temprano, hubo dos muertos totalmente ajenos al episodio.

Sin embargo, al final del espectáculo, las noticias de los medios de comunicación y los posteos de las redes parecían partes de guerra. La agencia oficial argentina Telam informó acerca de siete muertos inexistentes y la palabra tragedia comenzó a expandirse. Los muchachos que habían agotado las baterías de sus celulares y no podían comunicarse con sus padres pasaron a ser "desaparecidos"; los que daban testimonio de su peregrinación a un evento musical eran considerados "sobrevivientes".

Un tuit que rezaba "El Indio siempre juega a que es el último recital para él. Pero siempre es el último para alguno de sus fans" tuvo miles de réplicas que celebraban el jueguito de palabras simple, policial y repulsivo.

Los buitres sobrevolaron para recordarle a Solari que resulta demagógico cantar que el lujo es vulgaridad y viajar al mismo tiempo en un avión privado. Las batallas mediáticas e ideológicas le ganaron a cualquier crítica social y musical decente.

Pero ¿qué se podía haber hecho para impedir las dos muertes lamentadas? Nada. No hay organización capaz de meterse en el torrente sanguíneo de las personas para espantar embolias y excesos.

Al parecer -porque las legiones de expertos organizadores de espectáculos pululan por estas horas- se pudo haber reforzado los controles para evitar que una masa de 300 mil personas se dañara a sí misma. Pero son decenas los testimonios de fanáticos que lograban ingresar al predio con botellas de alcohol y otros elementos un tanto peligrosos a cambio de un trago o de un "facito" para el guardia que debía guardarlos.

Los pitonisos que conocían los peligros que se cernían sobre Olavarría, consideran ahora que el show nunca debió haber sido organizado dado los riesgos que se corrían. Con el mismo razonamiento dejaremos de experimentar con virus y átomos por temor a su uso bélico, y le echaremos a Henry Ford la culpa por los millones de muertos en accidentes de tránsito.

El indio Solari es un artista. No es un hiphopero de ocasión ni un cumbiero de cuarta. Sin embargo, es seguro que ya no podrá seguir cantando sus canciones en público. Rehén del fanatismo guarango de sus seguidores y de los buitres que estaban esperando su tropezón, al Indio Solari lo mataron dos infartos ajenos y la siempre acechante histeria colectiva.

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