Eduardo Espina

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Postales de la plaga desde EE.UU (VII)

Los psicólogos y psiquiatras no dan abasto, pues el número de gente deprimida aumenta tanto como la incertidumbre porque la pandemia no tiene fin a la vista
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18 de agosto de 2020 a las 05:02

El Chapulín Colorado utilizaba  la expresión: “Que no panda el cúnico”, versión tergiversada de la popular que todos conocemos. Desde que el covid-19 hizo su aparición en una ciudad de China que pocos tenían en su radar geográfico de lugares interesantes en el mundo, el pánico ha cundido de manera irrestricta. Lo mismo que el propio virus, todavía no ha llegado a su pico y va a tener rebrotes. La tercera semana de agosto comienza el año escolar en los tres niveles de enseñanza, y con el regreso a las clases ha resurgido con ímpetu el temor a que los contagios aumenten y que en algunas zonas del país, donde poco les falta a los hospitales para operar a capacidad máxima, la situación se haga incontrolable.  

Un experto en enfermedades contagiosas presentaba días atrás un escenario ominoso a la vista: un mes de octubre con multiplicación de contagiados y de fallecidos. No se puede vivir con miedo, pero tampoco es fácil operar cuando la noción de fin puede estar a la vuelta de la esquina. La gente sabe qué debe hacer para evitar al máximo los contagios, pero nadie ha dado instrucciones de cómo sacarse el miedo. Todos los días aparece una nueva versión de la amenaza que ha hecho de 2020 un año incomparable.

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También es alto el número de la población –un tercio– que no cree que la primera versión de la vacuna sea confiable, ni que esta vaya a resolver la situación de incertidumbre que desde hace seis meses prevalece. En un país donde la gente se mantiene informada, resulta imposible tener un día tranquilo luego de ver los titulares de los medios noticiosos, que informan tanto como generan temor, pues promueven la incertidumbre no siempre con base científica. Aunque sea una mañana hermosa, con poco viento, propia del verano en su etapa final, será difícil que el día traiga felicidad luego de conocer las noticias de actualidad.

La gente no imita la filosofía del avestruz (lo cual sería peor) y enfrenta el problema con varias cabezas tratando de entenderlos. Quizá miedo ni pánico sean las palabras exactas, pero hay un estado de preocupación general que ha ido creciendo porque la situación de incertidumbre no para de cundir. Todo el mundo está alerta, lo cual ha generado un sentimiento de fragilidad colectiva. La neurosis tiene una causa pero no una cura. Al menos por ahora no.

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A la creciente paranoia colectiva se suma la duda respecto a que la vacuna no sea tan efectiva ni panacea instantánea como suponen miembros de la comunidad científica. Si esta demostrara ser inefectiva o apareciera una nueva y más poderosa cepa del virus, ahí la realidad comenzaría a complicarse más de lo que ya está. Sería la coincidencia del horror y la catástrofe. Como si fuera poco, en algunos supermercados se nota la falta de s productos, corolario de un estado de excepción sin fecha de vencimiento  a la vista. Por ejemplo, en tres supermercados a los que fui faltan desodorantes de ambiente antibacteriales. La epidemia de higiene compulsiva es una de las ganancias positivas de la pandemia.

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Escasean algunos productos, pero aumentó la venta de ansiolíticos, barbitúricos y tranquilizantes. En un país donde los antidepresivos Zolof y Prozac (es la nación Prozac) dejan millonarias ganancias a sus fabricantes porque los médicos los recetan con enorme facilidad, la depresión, sobre todo entre jóvenes que recién han terminado la universidad y no pudieron conseguir trabajo, se ha extendido como el propio virus. En el campo de batalla que es la realidad actual, una de las víctimas es el sistema nervioso.

La población ha tenido un cambio notorio en su comportamiento, lo cual ha generado insomnio, depresión y ansiedad. Psiquiatras y psicoanalistas han destacado el aumento importante de pacientes que constataron en los últimos meses. En muchas partes conseguir una cita con un psicólogo o psiquiatra es más difícil que ganar la lotería. Las pastillas para dormir, y los ansiolíticos están ganándole en popularidad a las pastillas de menta. Al dormir, la realidad se transforma en sueño, por más que al despertar siga siendo una pesadilla.

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