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Uno de los 8

Eduardo Blasina sobre el puesto que ocupa Uruguay en el Índice de Democracia de The Economist
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18 de febrero de 2024 a las 05:00

Si en una muestra aleatoria del mundo se juntaran a 100 personas de distintos lugares, 92 resultarían viviendo en países más o menos autoritarios, mientras que solo ocho podrían tener la tranquilidad de vivir en una democracia plena.

Como afirmaba con humor un viejo programa de fútbol de Uruguay al que algunas encuestas no daban mucha audiencia, en esa muestra un uruguayo podría decir “yo soy uno de los ocho”.

Es más, ni a ocho llegan. Solo 7,8% de la población mundial vive en democracias plenas.  El dato viene del exhaustivo análisis que hace The Economist Intelligence Unit, empresa vinculada con la clásica The Economist. Y es otro galardón para Uruguay. Si alguien evalúa cambiar su lugar en el mundo y venir a América del Sur, ningún país le dará más garantías de respeto a su libre pensamiento que Uruguay.

Es el único país de América del Sur que tiene ese galardón que nos permite escribir en nuestros pensamientos, militar política o sindicalmente, defender posturas de distinto tipo sin peligro para nuestra libertad personal. Mientras en Rusia el que fuera líder de la oposición política, Alexander Navalny ha muerto en una lejana prisión en la gélida Siberia.

En una época de crisis de la biodiversidad, podría argumentarse que la biológica no es la única diversidad en peligro. También la diversidad cultural, la sociedad abierta está ante graves peligros. Que solo Uruguay pueda considerarse una democracia plena en esta parte del mundo puede alegrarnos por la fortuna de estar en este rincón con vista al mar, pero también puede asustarnos porque el vecindario no es muy democrático. El declive de la democracia es general y el índice de The Economist lo refleja con precisión numérica.

El modelo del Índice de Democracia es una guía sobre dónde y cómo está avanzando o retrocediendo la democracia, no sólo en términos de regiones y países, sino también en términos de métricas. Evalúa cada país en cinco categorías: proceso electoral y pluralismo,

funcionamiento del gobierno, participación política, cultura política y libertades civiles. Las categorías que han registrado el mayor deterioro son las libertades civiles (-0,96 en una escala de 0 a 10) y el proceso electoral y el pluralismo (-0,58).

Las puntuaciones de funcionamiento del gobierno y cultura política cayeron 0,34 y 0,49 respectivamente.

La única categoría que no empeora en las puntuaciones entre 2008 y 2023 es la participación política que sube mínimamente.

Si lo vemos por regiones, Medio Oriente y Norte de África van en los últimos lugares junto con el trío de dictaduras latinoamericanas: Nicaragua, Cuba y Venezuela.

Durante una época nos preguntábamos qué cambios traería la pandemia. En buena parte del mundo lo que trajo fue que la pérdida de libertades que generó, no tuvo marcha atrás. Este indicador cayó fuertemente y no se ha recuperado. Pero no es el único factor.

Esta categoría tiene 17 indicadores, muchos de ellos relacionados con la libertad de expresión y la libertad de prensa, área en la que ha habido una disminución significativa en todas las regiones del mundo durante la última década. De acuerdo con The Economist “la libertad de prensa ha sido atacada tanto por actores estatales como no estatales en las democracias desarrolladas y en los regímenes autoritarios por igual. Esta sigue siendo una de las mayores amenazas a la democracia.”

La llegada del informe es muy oportuna porque seguramente la finalización de la semana de Carnaval marque el comienzo de una campaña electoral en Uruguay que puede fortalecer a este oasis de democracia o debilitarla. Nadie nunca tiene a las libertades garantizadas, mientras que una mayoría de la población mundial parece tener el autoritarismo sí asegurado de por vida.

La democracia no solo debería implicar el apego a aquello adjudicado a Voltaire, de “opino distinto que tú pero estoy dispuesto a dar la vida para que puedas expresar libremente tu opinión”. Debe implicar también generar mejores soluciones que los regímenes autoritarios en términos económicos, sociales, ecológicos. La libertad que da la democracia debe ser una palanca para el desarrollo del arte y de las ciencias, porque innovar es más fácil desde la libertad para transgredir. Cuestionar las verdades establecidas, explorar nuevas fórmulas. No puedo quitar de mi memoria a Ricardo Pascale que nos invitó a hacer una apuesta fuerte a la ciencia y la tecnología y a una presencia relevante del Estado para que el reparto de los beneficios de las innovaciones llegue a toda la sociedad. Es ese un consenso necesario y posible.

Uruguay tiene tiempos difíciles por delante, al menos en el agro. El freno de China irá volviendo a esta moneda super fuerte, a este dólar perpetuamente a 39 pesos un peso que se hará difícil de sobrellevar. La innovación es siempre una herramienta clave, pero no es la única. Si el ejercicio democrático diera lugar a un debate rico sobre como salir de la trampa del atraso cambiario, como potenciar las ventajas ambientales que Uruguay tiene, como acelerar el pasaje de la economía uruguaya a la sociedad del conocimiento, cómo escapar a la trampa de los ingresos medios y cómo hacer para que todo lo anterior y que eso permita derrotar al narcotráfico y sumar a los niños de los cinturones de pobreza al nivel educativo terciario y a ver la vida con pasiones intelectuales y esperanza. Y como lograr tan ambiciosos objetivos desde el equilibrio fiscal que asegure la sostenibilidad en el tiempo de lo que se logra, podremos permanecer en la divisional A de la democracia. Si la violencia y la marginalidad siguen corroyendo a la sociedad, las propuestas políticas mesiánicas y populistas, en sus dos versiones extremas pueden medrar.

La violencia se termina justificando cuando la ejercen los propios políticos -algo que penosamente vemos en países vecinos- de modo que las formas y el fondo de esta campaña electoral deberían tener presente este artículo de The Economist que nos advierte que formamos parte del privilegiado 8% de la población del mundo que tiene libertades plenas. Se cuida eso con cultura, respeto y desarrollo.

El índice claramente lo muestra, los países más democráticos son buenos espejos en los que mirarnos: Noruega, Nueva Zelanda, Islandia, Suecia, Finlandia, Dinamarca, Irlanda, Suiza, Países Bajos y Taiwán son los 10 primeros.

EEUU ha dejado de ser un faro. No solo tuvo un intento de golpe de Estado sino que quien incitó al golpe puede ser el próximo presidente. En América Latina cabe destacar a Costa Rica, que también parece mostrar que el amor por la naturaleza ayuda a una mejor convivencia y es quien sigue a Uruguay en calidad democrática en América Latina. Si una democracia de calidad, suma diversidad cultural y biológica, tanto mejor.  Que sea parte de cuidar esta tacita de plata en esta campaña electoral.

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