Nayib Bukele, el presidente de El Salvador

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Bukele y los desafíos de la democracia

Bukele y los desafíos de la democracia. Escribe Ricardo Peirano
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10 de febrero de 2024 a las 05:02

Las fotos y videos de los detenidos  en la prisión de máxima seguridad  (Centro de Confinamiento contra el Terrorismo) construida por el recientemente reelegido presidente salvadoreño Nayib Bukele son impactantes y estremecedores. Buscan varios efectos y están cuidadosamente producidos y editados por las autoridades: dar sensación de seguridad a la población en general, amedrentar a posibles candidatos a unirse a las maras y mostrar al mundo la capacidad de Bukele de gestionar una prisión de más de 40.000 reclusos.

Basta ver esos torsos desnudos, cabezas rapadas, alineados en cuclillas uno tras del otro en largas filas para que uno busque apartar la vista y tratar de disociarse de lo que allí ocurre.

De las condiciones de vida de los reclusos dan cuenta numerosas crónicas. La mayoría de ellos aún no tienen juicio y lo más que pueden aspirar es a un juicio colectivo dentro de unos meses. Todo está limpio pero no entra la luz del sol y no hay tiempo de recreación. Los que tienen sentencia deben esperar por “décadas” dentro de la prisión.  

Bukele no parece preocuparse mucho por los derechos humanos de los reclusos que ya suman 74.000, un 8% de la población masculina joven, según The Economist. Ni por un juicio justo. Ni por su rehabilitación. Muchos de los encarcelados no tienen cargos formales presentados. Pero incluso familiares de los mismos han votado por Bukele en la pasada elección.

Es que el cambio experimentado por El Salvador en materia de seguridad es dramático y para bien. La tasa de homicidios bajó de 51 por cada 100.000 habitantes en  2018 a 3 el año pasado. La gente volvió a salir a las calles. Luego de la derrota de las maras, los comercios y los restaurantes pudieron abrir sus puertas sin tener que pagar “protección” a los sicarios, algo que estaba muy extendido en el país a nivel de todo tipo de empresas, pero especialmente la más pequeñas.

Bukele logró derrotar las maras que habían convertido al país en uno de los más peligrosos del mundo, gracias al estado de excepción que le otorgó el Congreso y que le renovó 22 veces. Ahora, con un Congreso prácticamente unipartidario -el partido “Nuevas Ideas” de Bukele tendrá 58 de los 60 diputados- se lo renovaran cuantas veces quiera. Y, como dijo el presidente salvadoreño, es “la primera vez que se instauraba la figura de partido único en una democracia”. Algo bastante curioso por cierto y no exento de peligros, porque la rotación de partidos es esencial al buen funcionamiento democrático y la división partidaria asegura la existencia de contrapesos. Una democracia de un solo partido de hecho  es una anomalía y casi una contradicción en términos.

Pero a Bukele y al 85% de los salvadoreños que lo votaron el pasado domingo para una reelección inconstitucional, no les preocupan estos detalles legales. Ni la protección de los derechos humanos. Ni las garantías a un juicio justo e imparcial. Ni el respeto a la constitución. Han recuperado la seguridad, pueden caminar por la calle sin miedo, no pagan peaje mensual a las maras sobre los ingresos de su trabajo. La vida vuelve a la normalidad. A lo que debería ser lo habitual en un estado de derecho, bajo el imperio de la ley, donde el estado y no bandas privadas tienen  el monopolio de la fuerza y de la administración de justicia.

Hasta ahora los gobiernos anteriores fueron incapaces de poner fin a la violencia sistemica, algo que afecta también a otros países de Centroamérica y que siguen con atención la experiencia de El Salvador

El régimen democrático previo no pudo combatirlas eficazmente y ello dio paso a la “bukelización” del país. Los salvadoreños están felices y no extrañan conceptos que les resultan abstractos como “orden constitucional”, “estado de derecho”. “derechos humanos”.

El Salvador se interna en un camino desconocido. Solucionado, de momento, el tema seguridad, Bukele va ahora para mejorar la economía, atraer inversiones y poner al país en marcha. Lo hace con poco sustento institucional. Todo está basado en su persona, en el “Mesías” salvador. No hay una red institucional en El Salvador. No hay equilibrio de poderes. No hay justicia independiente. ¿Bastará con la seguridad para poner en marcha la economía y mejorar el clima de inversión? No parece.

Por lo demás, lo ocurrido en El Salvador deja una gran interrogante. La idea de que es necesario que los gobiernos democráticos sean capaces de resolver un grave problema que carcome a la sociedad. En este caso, la gran falta de los mínimos estandares de seguridad ciudadana. El riesgo latente que es que surjan otros Bukeles.

La democracia no es un ideal para colgarlo de la pared y exhibirlo como un cuadro o un trofeo. Tiene que dar respuestas a los problemas de los ciudadanos. De lo contrario, los ciudadanos tiraran las instituciones democráticas por la ventana. Ya es preocupante el resultado de una encuesta de Latinobarómetro, realizada en 17 países, que muestra que solo un 48% de la población se muestra de acuerdo con que “la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno”. Es un porcentaje muy bajo y lo peor es que ha venido en descenso por años. Y ella expresa una realidad que abre paso a regímenes autoritarios, de izquierda o derecha.

El Salvador puede ser un ejemplo excepcional por la pérdida de la seguridad mínima de asomarse a la puerta de la calle o abrir un pequeño comercio sin temor. Pero con situaciones parecidas a las de El Salvador, se abren oportunidades para aventuras al menos demagógicas o populistas.

Lo importante pues, es no solo conservar las apariencias de un régimen democrático -elecciones libres- sino sobre todo su sustancia -imperio de la ley, vigencia plena de la separación de poderes, independencia de la justicia-.

Es demasiado lo que está en juego y no es solo America Latina la que está afectada. Debemos evitar la “bukelizacion” de la democracia, y para ello hay que dar solución a los problemas reales de  las poblaciones. Lo otro termina en grietas, populismos y autoritarismos que pueden dar pan para hoy pero que son de seguro hambre para mañana.

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