Eduardo Espina

Eduardo Espina

The Sótano > OPINIÓN

El billonario con mente renacentista

Paul Allen, fundador de Microsoft, siempre soñó con ser un guitarrista de elite
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17 de octubre de 2018 a las 05:03

En febrero de 2002 estaba en el Pike Place Fish Market de Seattle mirando asombrado una cantidad de pescados y mariscos enormes que nunca antes había visto, cuando mi acompañante me señaló a alguien que también estaba acompañado de otra persona y me dijo: “Ese es Paul Allen”. Lo miré con atención propia del asombro, pues era el primer billonario que veía en mi vida. Por un tiempo, que fue corto, no más de unos cuantos segundos seguidos, me sentí como Nino Garofalo, el personaje pobre y trabajador que interpreta Nino Manfredi en la película Pan y Chocolate (1974), cuando incrédulo y sorprendido mira a la distancia el mundo de los ricos, rubios y blancos.

A decir verdad, Allen, no tenía nada exterior que hiciera pensar o suponer que se trataba de una de las personas más ricas del mundo, pues fue uno de los nuevos billonarios al estilo Steve Jobs y Bill Gates, que andan vestidos con vaqueros Levi’s y una camisa Gap de franela, como cualquier peón urbano, por más que en el banco, en los bancos, tuviera guardados y en vías de crecimiento varios miles de millones de dólares (su fortuna superaba los US$ 21 mil millones). En verdad, ahora que me entero de su muerte, me arrepiento de no haberme atrevido a preguntarle a Allen algo que siempre quise saber: cuál era su grupo de rock favorito. Mi acompañante me dijo que creía que era Pearl Jam, aunque yo sigo creyendo que era Nirvana.

A los 65 años de edad, jovencísimo aun para un tipo con su lucidez, entusiasmo y ganas de seguir innovando en todos los aspectos de la realidad, murió el lunes de cáncer (linfoma no hodgkiniano) Paul Allen. Todo en su vida fue rápido, de principio a fin. En 1975, con 22 años de edad, ya tenía el futuro económico asegurado al fundar Microsoft e iniciar la era de las computadoras personales, extraordinaria revolución tecnológica y social. Ahora mismo pienso en él, al escribir estas palabras en Windows, no la versión nueva sino otra anterior, igualmente efectiva. En lugar de aburguesarse con la complacencia del éxito, Allen hizo una cantidad de cosas con su tiempo, que le garantizaron ser recordado como algo más que solo el fundador de Microsoft (de él fue la idea de iniciar la empresa, para lo cual convenció a su amigo de la infancia Bill Gates de que abandonara los estudios en la universidad de Harvard). En 1982, tal como Allen cuenta en sus memorias, Gates lo traicionó, forzando su salida de la empresa. Al enterarse del fallecimiento, Gates dijo estar muy triste por haber perdido a un amigo.

Lo mismo que otros pioneros sin saco ni corbata de esta época, Allen prefirió cambiar de rumbo en plena marcha, abandonando el mundo de la tecnología para dedicarse a asuntos relativos a la ciencia (fundó el Institute for Brain Science, el Institute for Artificial Intelligence, y el Institute for Cell Science), a la cultura (el notable Experience Music Project, y el Museo de Cultura Popular, MoPOP), y a los deportes (era propietario de los Seahawks, ganadores del SuperBowl del fútbol americano en 2013, y de los Trail Blazers de Portland, de la NBA, y uno de los accionistas principales del club de fútbol Seattle Sounders, donde juega Nicolás Lodeiro).

Paul Allen le ganó a todos los desafíos que le salieron, menos al cáncer que desde 1982, con idas y vueltas, se había transformado en su implacable némesis. En 2009 los médicos le dijeron que lo había derrotado, pero este año regresó, con mayor ferocidad que nunca. El hombre que siempre, incluso en sus peores días de salud, mantenía en alto el optimismo y el entusiasmo, dijo que el dinero va y viene, pero que las buenas obras que uno puede hacer en este mundo permanecen, pues afectan en forma positiva la vida de los demás. Por sus obras de filantropía, que seguirán ganando batallas en las vidas de los demás, será recordado. El dinero va y viene, pero el bien permanece.

Paul Allen le ganó a todos los desafíos que le salieron, menos al cáncer que desde 1982, con idas y vueltas, se había transformado en su implacable némesis. En 2009 los médicos le dijeron que lo había derrotado, pero este año regresó, con mayor ferocidad que nunca.

Paul Allen nunca se casó ni tuvo hijos. Pero plantó árboles y escribió un libro, Idea Man: A Memoir by the Cofounder of Microsoft(2011). También grabó un disco, muy bueno, Everywhere at Once (2013), que incluye 13 canciones de blues y rock, todas escritas por él. Solía decir que su gran sueño por cumplir era poder algún día tocar la guitarra como Jimi Hendrix, su máximo ídolo, también nacido en Seattle, estado de Washington, donde abundan los peces grandes y la gente talentosa.

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