Las empresas de biotecnología llevan décadas intentando vender cultivos genéticamente modificados a los europeos.

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La falsa opción de los cultivos genéticamente modificados como solución a la crisis climática

Las empresas de biotecnología sostienen que se necesitan nuevos cultivos genéticamente modificados resistentes a las sequías y captadores de carbono para enfrentar el cambio climático
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04 de enero de 2024 a las 05:01

En julio de 2023, la Comisión Europea lanzó una propuesta para liberalizar un gran número de plantas desarrolladas mediante nuevas técnicas genéticas. A pesar de los intentos de la presidencia española de forzar un avance, los miembros de la UE aún no han llegado a un consenso sobre este plan. Pero si se aprobara la propuesta, estas plantas recibirían el mismo trato que las plantas convencionales, eliminando la necesidad de pruebas de seguridad y el etiquetado de productos alimenticios genéticamente modificados, según afirman las especialistas en medio ambiente y agroecología Anneleen Kenis de la Universidad Brunel de Londres y Bárbara Van Dyck, de la Universidad Libre de Bruselas, en un artículo publicado por The Converation.

El público europeo se ha negado a aceptar ciegamente los alimentos genéticamente modificados desde el momento en que se desarrolló la tecnología, en gran parte debido a preocupaciones sobre el control corporativo, la salud y el medio ambiente.

Las empresas de biotecnología llevan décadas intentando vender cultivos genéticamente modificados a los europeos. Pero la mayoría de los ciudadanos europeos siguen convencidos de que los cultivos elaborados con técnicas genéticas nuevas y antiguas deben probarse y etiquetarse para información y seguridad de los consumidores.

Entonces, ¿de dónde surge esta propuesta?, se preguntan las autoras. Las empresas de biotecnología parecen haber logrado convencer a la Comisión Europea de que necesitamos nuevos cultivos genéticamente modificados para hacer frente al cambio climático. Sostienen que al mejorar la resistencia de los cultivos a la sequía o mejorar su capacidad para capturar carbono, el cambio climático tal vez ya no parezca un desafío tan abrumador.

Es decir, las empresas de biotecnología han aprovechado las crecientes preocupaciones sobre el cambio climático para influir en la Comisión Europea con una campaña de lobby orquestada.

En 2018, el Tribunal Europeo había dictaminado que las plantas elaboradas con nuevas técnicas genéticas deben regularse como cualquier otro organismo modificado genéticamente. Desde entonces, las empresas de biotecnología y sus aliados dentro de los centros de investigación biotecnológica se han propuesto convencer a la Comisión Europea de la necesidad de una legislación completamente nueva.

De acuerdo con Kenis y Van Dyck, el primer paso fue cambiar el nombre de las técnicas que utilizan, con el objetivo de distanciarse de la mala reputación de la modificación genética. Las empresas comenzaron a utilizar términos más inocentes como “edición de genes” y “reproducción de precisión”.

Luego argumentaron que sus procesos no son realmente diferentes de lo que sucede en la naturaleza, retratándolos como una versión avanzada de los procesos naturales. Las empresas de biotecnología necesitan este argumento para eliminar el requisito de etiquetado, que sirve como barrera para vender sus productos en un clima de desaprobación pública.

En un tercer paso, aprovecharon la urgencia de la crisis climática para argumentar que no podemos permitirnos pruebas de seguridad que requieren mucho tiempo. Sostuvieron que tales pruebas obstaculizarían la innovación en un período de cambio climático acelerado.

Pero hay varios defectos en este enfoque. Los términos “edición genética” o “mejoramiento de precisión” pueden parecer más tranquilizadores, pero son esencialmente términos de marketing y no dicen nada sobre la precisión de las técnicas utilizadas o sus efectos potencialmente negativos.

Las autoras señalan que los estudios han demostrado que las nuevas técnicas genéticas pueden alterar los rasgos de una especie “hasta un punto que sería imposible, o al menos muy improbable, utilizando la reproducción convencional”. También pueden provocar cambios sustanciales no deseados en el material genético de las plantas.

Pero, quizás lo más importante es que las plantas genéticamente modificadas no son la solución a la crisis climática. Son una solución falsa que parte de una pregunta equivocada.

Es bien sabido que el modelo de producción agrícola actual contribuye significativamente al cambio climático. El desarrollo de cultivos genéticamente modificados está siendo dirigido en gran medida por los mismos gigantes agroquímicos que establecieron y controlan esta forma de agricultura.

Empresas como Corteva y Bayer (que adquirió la empresa agroquímica estadounidense Monsanto en 2018) están liderando la carrera para obtener patentes sobre nuevas técnicas genéticas y sus productos.

Los ejemplos típicos incluyen patentes de soja con mayor contenido de proteínas, maíz ceroso o arroz tolerante a los herbicidas. Estos cultivos están diseñados para un modelo agrícola centrado en el monocultivo a gran escala de variedades destinadas al mercado global.

Este modelo agrícola depende de cantidades asombrosas de combustible para su distribución y coloca a los agricultores en un estado de dependencia de maquinaria pesada e insumos agrícolas (como fertilizantes y pesticidas artificiales) derivados de combustibles fósiles.

Las investigaciones han descubierto que esta agricultura provoca el agotamiento del suelo y la pérdida de biodiversidad. También aumenta la vulnerabilidad a plagas y enfermedades, lo que requiere el desarrollo de pesticidas y herbicidas diferentes y potencialmente más tóxicos.

Aunque las empresas de biotecnología están jugando la carta del clima, sólo una pequeña proporción de los cultivos genéticamente modificados que se están desarrollando abordan preocupaciones relacionadas con el clima. De hecho, las credenciales climáticas de muchos de estos cultivos son cuestionables. Modificaciones como una mayor vida útil o una mejor capacidad de soportar el transporte tienen como único objetivo suavizar el funcionamiento de nuestro insostenible sistema alimentario.

Kenis y Van Dyck argumentan que, en lugar de fortalecer el modelo agrícola insostenible, la atención debería centrarse en restaurar lo que la agricultura industrial ha destruido: los medios de vida de los agricultores, la biodiversidad y la salud del suelo. Sólo entonces los agricultores podrán cultivar variedades locales que almacenen carbono de forma natural y proporcionen condiciones óptimas para la producción de alimentos sin ejercer tanta presión sobre el medio ambiente.

Las empresas de biotecnología abogan por una política de no realizar pruebas, ya que argumentan que los nuevos cultivos genéticamente modificados serían seguros. Pero hay un problema. La legislación propuesta por la Comisión Europea elimina la posibilidad de saber alguna vez si estas afirmaciones son correctas.

Los problemas de salud y ambientales son a menudo el resultado de causas complejas, que interactúan y son en gran medida invisibles. Como el rastreo y el etiquetado no serán obligatorios, será muy difícil rastrear los resultados adversos hasta sus causas.

En última instancia, las personas y el planeta pagarán el precio cuando los cultivos genéticamente modificados no probados penetren en nuestro entorno y en la cadena alimentaria.

(Extractado de The Conversation)

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