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La victoria política de Macri: logró partir al kirchnerismo

Pese a tener minoría en el Congreso, el presidente consiguió una adhesión mayoritaria
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18 de marzo de 2016 a las 05:00
Son horas de festejo para Mauricio Macri, y no solamente por haber logrado la media sanción del Congreso para el aval a la negociación con los "buitres", que por otra parte se produce justo antes de la llegada del presidente Barack Obama.

Lo que ha ocurrido en el ámbito legislativo va más allá de una victoria puntual en un proyecto de ley y deja entrever algo más profundo: Macri está logrando éxito en su estrategia de dividir a la oposición y hasta de imponer una nueva cultura política en la Argentina.

Al haber asumido la Presidencia en una situación de clara minoría parlamentaria, con apenas 16 senadores sobre un total de 72 y solo 92 diputados sobre un plenario de 257, a Macri no le quedaba otra opción que intentar un estilo de gobierno basado en acuerdos interpartidarios. Todo un cambio para un país acostumbrado a ser gobernado por grandes mayorías, donde los proyectos de ley suelen pasar sin grandes debates y en los cuales cada bloque se comporta de forma monolítica y siguiendo los dictámenes de un líder que piensa las cosas en términos de estrategia electoral.

Pero este debut parlamentario de Macri dejó la sensación de un cambio: no solamente necesitaba los votos de sus aliados circunstanciales, como los peronistas moderados que lidera Sergio Massa, sino que también era menester contar con el apoyo de parte de la bancada kirchnerista.

Parecía una misión imposible, o por lo menos era una situación con la que ni los más entusiastas dirigentes macristas se habían atrevido a soñar hasta hace pocas semanas.

Sin embargo, los números son bien gráficos respecto de los buenos resultados de su estrategia. En la Cámara de Diputados, el proyecto para avalar el acuerdo con los fondos buitre tuvo 165 votos. Y, lo más significativo, de la bancada original de 120 legisladores kirchneristas, solo 80 siguieron el mandato de Cristina Fernández para oponerse al proyecto.

Quienes tienen la "calculadora" legislativa se animan a pronosticar que en el Senado el proyecto podría salir aprobado con 50 votos, una mayoría contundente que es aun más meritoria que la de Diputados, pues en la cámara alta –donde el sistema de representación federal hace que todas las provincias tengan la misma cantidad de bancas– el kirchnerismo tiene más de la mitad de los escaños.

El argumento de la billetera

De manera que la victoria política de Macri se mide por la aprobación masiva de este proyecto para dejar atrás el default, pero sobre todo por la ruptura del peronismo. El kirchnerismo demostró que las lealtades personales no son para siempre, ni son más importantes que los proyectos políticos de cada dirigente, de cada legislador y de cada gobernador.

De hecho, si algo ha quedado en claro en los últimos días es que la única lealtad que reconoce un peronista es con su propia supervivencia política.

Macri entendió esto desde el primer momento, y por eso decidió hablar el lenguaje que el peronismo entiende: les ofreció a los gobernadores la urgente asistencia financiera que necesitan a cambio de apoyo legislativo.
No por casualidad, uno de sus primeros gestos como mandatario fue invitar a todos los gobernadores a la quinta de Olivos a comer un asado y escucharlos quejarse de cómo el Ejecutivo nacional les ha escatimado recursos durante años. Y en las semanas siguientes, las principales negociaciones estuvieron centradas en la reforma a la coparticipación de impuestos entre la Nación y las provincias.

Es cierto que el estilo de Macri es diferente al de Cristina: no llega a los extremos de manejar discrecionalmente los fondos para beneficiar a los alineados y asfixiar a los que no le caen bien, como hacía la expresidenta. Su argumento, en cambio, es algo más sutil: se explica que habrá plata para las provincias solo en la medida en que el gobierno pueda aplicar la serie de reformas económicas que tiene en la agenda. Y que, para ello, es imprescindible la aprobación de leyes tales como la del acuerdo con los buitres.

Así, ante el persuasivo argumento de la billetera, legisladores peronistas que hasta hace pocos meses aplaudían entusiastas los discursos de Fernández en contra de los buitres, Fondo Monetario, el juez Thomas Griesa, el gobierno estadounidense y el mercado financiero global, ahora no tienen empacho en aprobar la propuesta del gobierno macrista.

Aprendiendo a construir poder

Para el gobierno, este nuevo escenario implica la satisfacción de haber ganado una batalla en el terreno de lo simbólico, ese campo al que el kirchnerismo le ha dado tanta importancia al cultivar lo que ha dado en llamarse "el relato". Hoy, el eslogan "patria o buitres", que en algún momento resultó movilizador, luce devaluado y sin su antigua carga épica, cuando hasta los propios diputados kirchneristas lo ignoraron.

Pero, lo más importante, el macrismo demostró que un gobierno puede funcionar y negociar desde una posición de fortaleza no basándose en mayorías parlamentarias, sino en interpretar correctamente los tiempos políticos y fijando la agenda de temas urgentes.

La primera insinuación de esta estrategia la había dado el propio Macri en su discurso ante el Congreso el 1o de marzo, al inaugurar el año legislativo. Desoyendo los consejos de quienes le pedían evitar alusiones a la "pesada herencia" y ser suave con la oposición, el presidente pronunció un duro discurso, con un crudo diagnóstico de la gestión kirchnerista.

Y en aquel momento la señal fue clara. El presidente estaba decidido a transformar su debilidad en fortaleza. Es decir, su posición minoritaria en el Congreso no iba a implicar que fuera a "rogar" por gobernabilidad, sino que, al contrario, reforzaría más su perfil crítico respecto del gobierno anterior. Al marcar con vehemencia la necesidad de una nueva agenda llena de reformas, al peronismo le quedaría la disyuntiva de practicar un bloqueo y exponerse a un costo político o de acompañar al gobierno, al menos en la primera etapa.

De todas formas, Mauricio Macri no ha sido el primero en intentar fortalecerse a partir de un comienzo débil. En ese campo, nadie ha dado mejores lecciones que Néstor Kirchner, que llegó a la Presidencia en 2003 con un escaso 22% de los votos. Como Kirchner en su momento, Macri entendió que el poder político no solo se deriva de los votos, sino, sobre todo, de la forma en cómo se lo ejerce.

Ni más ni menos que una cultura política negociadora. Algo normal y cotidiano en los países de sistemas parlamentarios donde nunca hay grandes mayorías, pero algo todavía extraño para los argentinos.

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